lunes, 6 de julio de 2009

Dios y la ley

Dios y la ley.

Colosenses 1:15-17: “El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas por él subsisten.”

Hebreos 10: 10: “Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos.”

Génesis 1:1-2: “En el principio creo Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz del abismo.”

Juan 1:18: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.”

Dios.
De estos versículos se ha escrito, enseñado, predicado y citado muchísimas veces. Sin embargo quisiera profundizar un poco más en ellos. El primero de ellos, el de Colosenses, se refiere al Hijo, o sea, a nuestro Señor Jesús. El segundo se refiere, según el contexto, al Padre. El tercero se refiere al Espíritu Santo. Pero el cuarto y último, ¿A quién se refiere cuando menciona la palabra Dios?

Nuestro primer pensamiento viene del texto mismo: al Padre. Sin embargo, siendo que el Espíritu Santo es igualmente divino y eterno, a él también aplicaría la Palabra Dios. De hecho, los tres primeros versículos expuestos arriba se refieren a la deidad: tanto el Hijo (colosenses), como el Padre (hebreos), como el Espíritu Santo (Génesis) participaron de ese breve, pero muy profundo, texto de Génesis 1:1: “En el principio creo Dios los cielos y la tierra.”

En el principio, antes de que los cielos (y lo que ellos contienen) fueran creados, Dios ya existía. Necesariamente debió ser así, puesto que Dios es el creador. Pero Dios es una unidad: “Jehová nuestro Dios, Jehová uno es” (Deut. 6:4). Por lo tanto el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo debieron coexistir antes xque cualquier cosa material existiese: “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la Palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (Heb. 11:2).

Con lo anterior podemos concluir, que Dios (la Deidad, la Unidad Divina), es antes de cualquier cosa creada, o en otras palabras, de él procede todo lo material. Es obvio que las personas de la Deidad no necesitan de lo material para existir, puesto que lo material existió después de ella, de hecho, de la Deidad procede.

Dios, al crear lo material y a los seres que habitarían lo material, se hizo igualmente material para poder coexistir, convivir, habitar con ellos de forma personal y tangible. Se llamó a sí mismo Emanuel: Dios con nosotros. Reitero, Dios no necesita de lo material para existir, ya que él existe antes que lo material. Pero los seres creados sí necesitan de lo material para seguir existiendo, en ello existen y en ello subsisten. Requieren de lo tangible para poder entender lo intangible.

La ley.
La ley de Dios es su propio carácter. Es, en un sentido práctico, él mismo. De él procede y trata acerca de él: “Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Jn. 17:3). Esta vida es no sólo la vida de los humanos, sino la vida eterna en su sentido universal. Después de todo “todas las cosas en él (Jesús) subsisten” (Col. 1:17). Por lo cual los mismos ángeles, y todos los seres creados, si tienen vida, no la tienen de sí mismos, sino que procede de Cristo, aun la de Satanás y los demonios.

Si la vida eterna depende de conocer a Dios, entonces los ángeles y los seres de otros mundos que no cayeron, también tienen la necesidad de conocer a Dios, de otra forma no tendrían vida sin fin. Es evidente que la palabra conocer no se refiere a su aspecto material (ya que Dios no tenía un aspecto material antes de crear lo material), sino más bien a su persona, a él mismo, tal como él es. Si la ley de Dios es su carácter, debemos concluir que la única forma de conocerle es a través de su ley.

La ley de Dios es algo inmaterial, puesto que no es tangible en el sentido material. Es una realidad conceptual: no la podemos ver, ni tocar, ni sentir en ninguna forma. Lo mismo podemos decir acerca de la maldad. No la podemos experimentar a través de los sentidos, sólo sus resultados.

Cuando Satanás pecó en el cielo, Dios no necesitó que Lucifer manifestase los efectos de la maldad (el pecado). Dios, que conoce todas las cosas, sabía que Satanás ya había pecado aun antes de que codiciara el lugar del Señor Jesús en el gobierno universal: “Perfecto eras en todos tus caminos, hasta que se halló en ti maldad, a causa de la multitud de tus contrataciones fuiste lleno de iniquidad, y pecaste:” (Ez. 28:15-16). Si observamos el orden del texto primero se halló en él maldad, después se llenó de iniquidad y después (o simultáneamente) pecó. Dios no necesita de una manifestación material (sea ésta mental o física) para saber algo: por ello sabe el fin desde el principio.

Pero los seres creados somos distintos a Dios. Sólo Dios es Dios. Los seres creados requerimos de lo material para poder entender lo inmaterial, y aun para conocerlo. Nosotros (o sea, los seres creados, todos los seres creados) no podemos leer pensamientos, ni podemos experimentar sentimientos ajenos a los propios, podemos tratar de comprenderlos (la madre comprende los sentimientos de los hijos, por ejemplo) pero no podemos experimentarlos. Sólo Dios puede. Por ello, Dios dejó que Satanás manifestara lo que ya existía dentro de él: el pecado, la maldad. Para que los seres creados pudieran participar del conocimiento que Dios ya tenía.

Si la ley de Dios es su carácter, por fuerza debe ser eterna, puesto que Dios mismo es eterno. Pero el pecado no lo es. El pecado tuvo un comienzo, y por cierto que tendrá un fin. Pero la ley de Dios no puede tener un fin, ya que es el propio carácter de Dios, es parte de él, es él mismo. Así nosotros lo único que llevaremos al cielo es nuestro propio carácter, que somos nosotros mismos.

Los 10 mandamientos, en su forma, no es la ley de Dios. En su esencia sí, pero no en su forma tangible. Ya que los 10 mandamientos dados por Dios a Moisés, escritos con su propio dedo, fueron dados para definir las manifestaciones del pecado en el ser humano. El texto de 1ª de Juan 3:4 dice: “todo aquel que comete pecado infringe también la ley, pues el pecado es infracción de la ley”. Pero revisen toda la carta, en ningún lugar el apóstol Juan menciona a los 10 mandamientos. Todo lo que el discípulo amado menciona es “la ley” o “los mandamientos”. Referiré este otro texto: “Y en esto sabemos que le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en este verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado;” (1ª Juan 2:3-5). Si el pecado ene l ser humano no es eterno (y no lo es, pues tuvo un comienzo y tendrá un fin) entonces los 10 mandamientos, en su forma, tampoco lo son.

No se mal entienda lo anterior. Siendo los 10 mandamientos dados por Dios mismo y escritos por él mismo, resulta imposible excluirlos de la ley de Dios, puesto que si Dios lo dijo, es ley para sus criaturas. Todos debemos guardar su palabra, y los 10 mandamientos son parte de su palabra, pero no la es toda.

Transgresión de la ley.
Ahora propongo un par de ejemplos: Abraham y Adán. El primero es acerca del trance vivido por el “padre de la fe” en relación con la petición de Dios de sacrificar a su hijo único, el de la promesa. Abraham obedeció y le fue contado por justicia, pero obedeció a la palabra de Dios, no a los 10 mandamientos. En otras palabras, si Abraham no hubiese obedecido a la orden de Dios de sacrificar a Isaac hubiese pecado, ya que era Dios mismo quien le había pedido el sacrificio (“pero el que guarda su palabra, en este verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado”).

Adán por otro lado, desobedeció al mandato explícito de Dios. Se le había pedido que no comiera del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal: pero lo hizo. Sin embargo la pregunta sería ¿Pecó Adán hasta que comió del fruto? O ¿Pecó Adán cuando tomó la decisión de desobedecer a Dios? Evidentemente, habiendo Adán tomado la decisión de desobedecer a Dios, por los motivos que fuese, estaba desobedeciendo la ley de Dios, que es Dios mismo, aunque no lo manifestase aun en un acto. Aunque en este caso, diferente al caso de Lucifer, el acto vino inmediatamente después de la decisión.

Conclusión.
A manera de conclusión les propongo algunas reflexiones ¿Se han fijado en el decaimiento general de la cristiandad (incluida la iglesia adventista)? Pero después de todo, los cristianos decimos amar a Dios y los adventistas decimos obedecer su ley. Pero en realidad no lo hacemos. Creemos en general que dejar de laborar en nuestros trabajos o estudiar en las escuelas y universidades ya es guardar el sábado (ver el artículo “el sábado”), cuando no entendemos que la ley de Dios es el propio carácter de Dios, y que “todo lo que no procede fe es pecado” (Rom. 14:23). Pretendemos de igual manera que congregándonos sabatinamente en la iglesia y entregando los diezmos y las ofrendas ya estamos dentro de los fieles de Dios, pero pasando por alto que “todo el que sabe hacer lo bueno y no lo hace, le es pecado” (Sant. 4:17), o en otras palabras, quebranta la ley de Dios, ofende a Dios mismo en su propio carácter, en su propia persona.

Meditemos en que Dios es lo más importante, su persona. Jesús, que es la manifestación visible de Dios es quien nos salva, quien nos redime, quien nos creo y quien vendrá en breve para buscar a quienes tiene su mismo carácter, quienes tienen su ley en el corazón.


Juan Carlos

2 comentarios:

Doctorandos UAB dijo...

ps... a mi me parece que Cristo vendrá a buscar a los que lo hayan aceptado como su salvador personal (justificación x la fe).

Si viniera a buscar a aquellos que tiene su ley en su corazón... ¿quién podrá ser salvo?

Juan Carlos dijo...

Precísamente el artículo propone que la ley de Dios es Dios mismo, su persona. PAra quien le entrega la vida y hace del Señor Jesús (quien es Dios mismo) su Salvador personal, no puede haber otro resultado que tener a Jesús en el corazón (y si Jesús es Dios, y si Dios es la ley, entonces la ley está en el corazón).

Teniendo al Señor Jesús en el corazón por medio del Espíritu Santo, el resultado inequívoco es vivir en armonía con él mismo.