jueves, 18 de noviembre de 2010

La libertad

En días de holgura, abundancia y gozo, son pocas las posibilidades que se tienen para reflexionar, analizar, replantear. Los días de escacez, de dificultades, de incertidumbre, regularmente son propicios para estas actividades.

Pensando en la libertad, estuve pensando en este versículo: "Estad pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de la esclavitud" (Gál. 5:1). El sentido natural de esas palabras son las que revela el mismo contexto del pasaje. Pablo le está diciendo a los cristianos que no regresen al judaísmo. Sin embargo, pienso que en esas frases hay un sentido más universal, más amplio que el solo discurso del apóstol.

En realidad esa libertad que el Señor Jesús ofreció, y que hoy ofrece, es en realidad otra esclavitud: "haya pues en vosotros esa misma actitud que hubo en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como algo a lo cual aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo (esclavo), hecho semejante a los hombres; y estando en su condición de hombre, se humilló a sí mismo, se hizo obediente (esclavo) hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil. 2:5-8). Es el uso de la libertad lo que nos vuelve a esclavizar. La diferencia radica en los motivos, en la actitud.

El Judaísmo estaba basado en una serie de reglas y ordenanzas "a seguir". Si ellas se quebraban, entonces implicaba la muerte. Cuando eso sucedía, entraba en juego la actitud, el pensamiento profundo de la misma ideología. Éste era: "aunque yo merezco morir, prefiero que otro sea el que muera". Con esa actitud, una actitud eternamente esclavizante, una cárcel para la mente, se sacrifiaban los corderos, los machos cabríos, las palomas, etc. Por otro lado, con la actitud mostrada por el Señor Jesús, el escenario cambió radicalmente, en la dirección contraria. El lema de la "nueva actitud" es: "aunque yo merezco la vida, prefiero morir para que otros vivan".

Semejante actitud había sido demostrada por muy pocos antes que el Señor: Adán, Abel, Enoc, Noé, Abraham (cuando fue a rescatar a Lot), Isaac, José, Moisés, Josué, Sansón, Rahab, David, Jonathán, y algunos otros. Todos ellos, según escribió el apóstol Pablo en el libro de hebreos, entendieron de qué se trata la fe: esa fe que una vez el Señor Jesús le dio a los santos.

Hoy día, todos nosotros estamos invitados a gozar de la libertad con que Cristo nos hizo libres. Esa libertad es "la esclavitud de la vida", ya no es la "esclavitud de muerte". Es la libertad total, la que nos vuelve a esclavizar. Es el saber lo que Dios hizo por nosotros, y compartir su actitud. Es saber lo que Dios espera que sea el futuro y compartir su perspectiva, su visión. Esa tener la mente de Cristo y entender lo que se proponía lograr; estar de acuerdo con ello y en efecto hacer lo que nos toca. Es ver a Dios poniendo ladrillo tras ladrillo en el muro de la santa ciudad, tomarle de la mano, y decirle: "ya deja de trabajar tanto, hoy, yo pondré el ladrillo". Es verle sonreir, es sentir cómo te mece los cabellos, como pensando: "qué poco sabes de la vida, pero me complazco en tu actitud".

Un día todo acabará. Pronto. En ese día, los que hayan conocido a Dios, verán el muro terminado. Mirarán la ciudad resplandeciente y sonreirán satisfechos. Algunos pensarán: "¡yo puse ese ladrillo!". Pero no, en ese momento verán al Gran Albañil, con las manos llenos de cemento, y una plomada en la mano. Todos sabrán que siempre fue él quien estaba dentro de ellos, motivándoles desde sus interiores, a seguir sus pisadas.

Dios les cuide.

Juan Carlos

lunes, 15 de noviembre de 2010

Feel Focus Follow Find

En ocasiones, en pequeñas escenas de la vida cotidiana, Dios tiene a bien "hablarnos" con diferentes circunstacnias. Un día conocí a una joven en Bolivia, diferente a casi todas las personas que he conocido. Converse sólo dos ocasiones con ella, pero fueron suficientes para cobrarle afecto.

Entre las palabras que de ella salían pude notar cierta inclinación espiritual pero mayormente una mente brillante e interesada en lo profundo y no en lo superficial. Ahora, muchos meses después de haberle conocido, al leer su blog, encontré un rayito de luz para la senda obscura en la que me encuentro. Un poco de iluminación para el sendero. Le agradezco a Dios por ella.

Feel, Focus, Follow, Find. Gracias Carina.

Juan Carlos

martes, 19 de octubre de 2010

En espíritu y en verdad

Definitivamente Dios conocía todos los eventos que llegarían a suceder una vez que el creara la existencia (esa existencia que provino de él, quien siempre existió). Desde que creó a los ángeles, y se comenzó a desarrollar la sociedad celestial (para nosotros celestial, para ellos universal). Dios también sabía lo que ellos pasarían, y previó la existencia de los humanos y de este planeta.

Respecto a este planeta, Dios mismo se encargó de la “puesta en marcha” de su creación. Obviamente también sabía el desarrollo de la historia en este mundo: ella serviría para algunos propósitos específicos, que él no sólo conocía, sino que planeó. Los seres que él dotó con inteligencia tienen, junto con ella, muchas otras cualidades: creatividad, moralidad, discernimiento, imaginación. Todas esas características que acompañan a la inteligencia son la base del desarrollo espiritual. Todo esto también lo otorgó Dios, para llevar a cabo su propósito eterno.

El uso de la inteligencia es el sello distintivo de que Dios es el creador. La conciencia en sí misma es la oportunidad de regresar al origen de todo: Dios. El uso de la conciencia, que tiene su residencia en el cerebro, es la herramienta, el medio para conectarnos con Dios. Si dejamos de utilizarla es lo mismo que dejar de ser humanos, aquellos que de entre toda la creación que habita en este planeta tienen la conciencia. Para nuestro beneficio los animales no tienen conciencia, sólo tienen existencia. La existencia en sí misma no es suficiente para entender a Dios y comunicarse con él. Por lo anterior, un árbol o un insecto, un ave o un león no podrían nunca llegar a ser “salvos” de este periodo: fueron creados para este mundo. Una vez que ellos mueran no volverán a existir. Existirán otros, pero ellos no.

Si tuviésemos una mascota, un perro por ejemplo, y dicha mascota muriese, no podríamos volver a tenerla. Podríamos tener otro de la misma raza, pero no el mismo. Podríamos domesticarlo de la misma manera que al primer perro, pero no sería el mismo. El primero murió, y de esa muerte no hay remedio. Ese perrito habría cumplido su periodo y el propósito por el cual Dios previó su existencia, pero no volverá a ser, no volverá a existir.

Esto mismo ocurre en el plano universal. Los seres que tenemos conciencia (los seres inteligentes en las regiones celestes y este mundo) tenemos junto con ella la grandiosa oportunidad de participar de otro nivel de existencia, sumamente glorioso y tremendamente superior al de este en el cual hoy nos desenvolvemos. Tanto ellos como nosotros hoy estamos “atrapados” en un periodo de la historia del universo donde hay una anomalía, donde hay un problema: el pecado. Cuando este periodo termine, entonces los que supieron entender a Dios durante este periodo (tanto ángeles como humanos) serán invitados a participar de una “gran cena” en símbolo, a la gran inauguración de la nueva realidad, una realidad donde “Dios será todo en todos”.

Hoy día, y a través de la historia, algunos humanos (usando su conciencia, su inteligencia, su mente) se dan cuenta de la imposibilidad de salir de esta existencia por los medios propios. Muchos otros sin embargo piensan que sí pueden. Han llegado a pensar (usando muy poco su inteligencia) que Dios es alguien un tanto “hedonista” (alguien egoísta, alguien que requiere de un séquito de humanos que llenen recintos físicos en los cuales le canten, que reciten “sus palabras” como si de un artista contemporáneo se tratase), por lo cual se dedican a reproducir afiches (imágenes), “souvenirs”, canciones, videos, todos ellos supuestamente de/para Dios. Grandes eventos (la mayoría llenos de parafernalia) se dedican a un Ser del cual prácticamente no se conoce nada.

Dios es lo suficientemente superior como para tratarnos de manera inteligente. Pensando de nuevo en el mundo natural en el cual vivimos y del universo que nos rodea, no podemos pasar por alto la inteligencia con que Dios nos ha envuelto. La relación con él, la que él siempre ha pretendido tener para con nosotros, es racional. Esa es la clase de “culto” que siempre ha buscado. Lo ha conseguido en ángeles y en humanos. No ha sido, y hoy no es, una imposibilidad. El uso de la mente (aquello que Dios nos proporcionó a los humanos cuando nos dio la existencia) es un requerimiento para la salvación.

El libre albedrío (la libre elección) tiene su residencia en la mente. Cuando uno cede el libre albedrío, está cediendo el uso de la mente. Si esto ocurre es imposible la salvación. Esto fue lo que ocurrió en tiempos del Señor Jesús, la gente había cedido su libre elección (el uso de su mente) a los dirigentes religiosos, los que a su vez se lo habían dado al diablo: “Jesús entonces les dijo: si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira. Y a mí, porque digo la verdad, no me creéis” (Juan 8:42-45). Esta ha sido la historia recurrente.

En la edad media se dieron varios de los eventos más ridículos de los que ahora tenemos registro. Cuando Galileo Galilei descubrió que la tierra era redonda y giraba sobre su propio eje los líderes religiosos se opusieron al postulado (y al portavoz también) por pensar que atentaba contra la teología, de la cual por supuesto ellos creían que eran defensores. Cuando Copérnico publicó sus hallazgos, entre los cuales estaba incluida “la idea” de que el sol era el centro de un sistema planetario, del cual la tierra formaba parte (y que era, por cierto, uno de los planetas más pequeños), de nuevo los líderes religiosos saltaron en contra de la idea “herética”. Entre los que repelieron el postulado (increíblemente) se encontraba Martín Lutero, obviamente influenciado por sus propios dogmas (católicos).

La teología regularmente se ha visto como algo separado de la razón. Es frecuente leer o escuchar a los religiosos decir frases como estas: “eso es un misterio” o “eso no tiene explicación, se entiende por fe”. Pero es precisamente la fe el motor de la búsqueda de las respuestas. ¡Dios siempre nos ha tratado con inteligencia a nosotros, y eso es precisamente lo que pretende que nosotros le regresemos: un trato inteligente, un culto racional! El creer en un Ser sumamente superior a nosotros, que vive en un nivel sumamente superior al nuestro, aquel a quien todos los misterios le están revelados (de hecho es el inventor de los misterios) siempre debería impulsarnos a relacionarnos con él, a ser recíprocos en el trato que él nos prodiga.

Hoy día, miles de millones de humanos (al igual que millones de millones en el pasado) no tienen el menor interés en relacionarse con un Ser tal, al que llamamos Dios. No, la mayoría de los humanos usan su inteligencia para conseguir un nivel de existencia superior en este mundo por sus propias herramientas, sus propios esfuerzos. Otros tantos millones han dejado de usarla, pretendiendo que Dios requiere más bien la ceguedad que la apertura de mente, la obediencia más bien que el entendimiento.

Llegará el momento en que los defensores de las doctrinas se atreverán a repetir la historia de una manera tan radical como en el pasado: “¡Crucifícale!” "¡Hereje!" "¡A la hoguera! Qué escenas tan increíbles se llevaron a cabo, sólo por la falta de entendimiento, que increíble será lo que viene.

Que seamos de los que se relacionan con Dios “en espíritu y en verdad”.

Juan Carlos

jueves, 30 de septiembre de 2010

Porque nada podemos contra la verdad

Esta vez, este artículo es para Samuel, a quien llevo dentro de mi corazón, que aunque no tengo hijos carnales, considero que lo que siento por él, lo sentiría por un hijo propio.

Porque nada podemos contra la verdad, sino a favor de la verdad. Pablo.

Tener la convicción de que el plan de la redención existe desde antes que crearan este planeta es algo que debiera definir cada uno de nuestros pensamientos (tan frecuentemente regidos por preocupaciones de esta vida terrestre) y de nuestras acciones.

Tener la convicción de que Dios es el autor de lo que existe (y su sostenedor), y que todo existe de la manera en que él previó (no que determinó) y para lograr los objetivos que se propuso (los cuales sí determinó), debería ser la plataforma para encarar cada una de las circunstancias que vienen con el día a día.

Tener la convicción que se pertenece (ahora sólo en la mente) a otra realidad tan sumamente diferente y elevada a lo que hemos vivido hasta hoy (o a lo que hemos siquiera imaginado) debería afectar nuestra manera de vivir, todo lo que nos resta de tiempo en este mundo (muy poco por cierto).

Tener la convicción de que Dios personalmente nos ha encomendado una labor, un trabajo; que tenemos una razón de existir, un lugar específico en su gran plan de universal y que nos solicitó (nos llamó a la vida) para ocuparlo debería, sin duda alguna, llenarnos de asombro, de gratitud y de reverencia por causa de tan pasmosa y aturdidora misericordia divina.

Tener la convicción de que somos actores (personajes activos) de la “historia de la salvación universal”, y que nuestro paso por este mundo influye, positiva o negativamente, en los demás actores (espectadores-actores) que junto con nosotros han tenido la gracia de existir, debería arrobar nuestros pensamientos, debería renovarlos continuamente hasta ser nítidamente diferentes a los que no la tienen.

Es pues el cristianismo, aquello que el Señor Jesús inauguró en persona, no una religión, es quizá un “estilo de vida”, pero va mucho más allá, es algo que escapa a la comprensión completa: es verdaderamente conocer a Dios, participar de su naturaleza, de sus pensamientos (esos que le llevaron a concebir el plan de redención), es tenerle dentro de nuestra mente. Es, en última instancia, vivir en la eternidad.

Si nos fuese hoy posible definir la eternidad, nos sería posible definir el cristianismo. Si nos fuese posible hoy expresar en lenguaje humano las realidades celestiales, entonces podríamos expresar de manera sencilla al cristianismo. Si les fuese posible a los cristianos intercambiar la mente con los demás (en sentido literal), posiblemente todos podrían entender las convicciones que el Espíritu Santo genera en la mente de aquellos a quienes se ha revelado.

El cristianismo, el ser “pneumatikós” (espiritual) es, en síntesis, el plan más perfectamente ideado, fundado en la mente infinita del Ser más altruista que jamás haya existido o existirá.

Al final de todo, de toda esta realidad en la cual existimos actualmente todos, absolutamente todos, nos daremos cuenta que fuimos actores consciente o inconscientemente, de ese gran plan de redención universal y que frente a ello nunca pudimos hacer nada que Dios no haya previsto, para lograr el bien mayor por supuesto. Al final nos daremos cuenta de lo profundo de esa frase del apóstol Pablo, quien sí fue transformado, quien fue un espiritual: “nada podemos contra la verdad, sino a favor de la verdad”.

Dios les cuide.


Juan Carlos

miércoles, 8 de septiembre de 2010

"Sola Scriptura"

Buen día a todos mis muy queridos lectores (ya lo sé, muy muy poquitos). Agradezco a Dios por haber permitido, y en muchas ocasiones planificado, tantas y tantas circunstancias que han hecho la experiencia de la vida, de la vida de cada quien, que entre "coincidencias" y "coincidencias" se entretegen con las de los demás. Gracias a Dios porque alguna vez les conocí, y porque así los propósitos de Dios se van desarrollando: a él las gracias.

Hacía mucho, pero mucho tiempo que no me disponía a "vagar" un poco por el "terreno" de los "blogs cristianos". Por algún tiempo, corto y hace mucho tiempo atrás, participé activamente en un blog. Pero hace como varios años atrás me inscribí a otro al cuál nunca volví a visitar. Pero ayer, por una de esas "coincidencias", entré y vi un tema: "Sola Scriptura". El título me llamó la atención, y accedí. Al leer algunos de "los aportes" de los usuarios me sentí aturdido con un conglomerado (conjunto) de pensamientos y emociones, que me llevaron a tener algunas refleciones, decisiones y actos. Al final de todo, escribí una respuesta, un "aporte" al tema. He decidido también compartirlo con ustedes. El escrito a continuación:

Sólo la Escritura.

“Sola Scriptura” no puede sobrevivir sin “Sola Fide”.

Pensar que en las páginas de la Biblia, y sólo ahí, se encuentra la información necesaria, adecuada y global, para acceder a la salvación (muy famosa y tan poco entendida), no tiene ningún argumento lógico o teológico: sólo un argumento de fe.

Por la fe nos aferramos a la convicción de que Dios existe. Por la fe nos anclamos mentalmente a la idea (al pensamiento seguro) de que ese Dios es, en resumen (si acaso es posible hacer un resumen de Dios), amor. Por la fe mantenemos una estrecha relación con un Dios descrito a través de las letras que otros hombres “que le vieron”, en muy variadas maneras y ocasiones, escribieron porque creyeron (por la fe) que serían vitales para tantos otros en su futuro: los cuales somos nosotros.

Por la fe, sin embargo, aparte de “Sólo por la Escritura” creemos, sostenemos y visualizamos nuestra razón de existir por causa de otra columna, igual de potente y vital que la primera (la cual está sujeta a debate en esta ocasión): el “Libre Albedrío”. Sin ésta, la columna de “Sólo por la Escritura” se desmorona, se cae a pedazos.

La libertad de pensar y obrar por uno mismo (“Libre Albedrío”) es la que hace operativa a “Sólo por la Escritura”, y es, al igual que ella, producida y sustentada por “Sólo por la Fe”. Por lo tanto, sólo por la fe creemos que Dios nos dio, nos transmitió y preservó para nosotros (para toda la humanidad) su revelación (la que trata acerca de él mismo) adaptada y adaptable a cualquier mentalidad, a cualquier persona (con cualquier característica inherente o adjudicada) que haya existido, que existió y que existirá en este planeta. Por la fe creemos que en la Biblia se encuentra la verdad y que es responsabilidad individual, personal, buscarla y que Dios, a partir de esa actitud del humano, y por la mucha misericordia suya, accede a revelarse a través de esas sencillas páginas, de esas nobles letras, de esos insignificantes volúmenes de tinta y papel comunes y corrientes.

Por la fe estamos dispuestos y gozosos, al igual que muchos otros en el pasado, a dar la vida (no “en caso de ser necesario”, puesto que siempre es necesario) para otorgarles a otros, a muchos otros, a todos pues, la oportunidad de participar de otras realidades, de otras latitudes, de otros mundos, que según creemos (por la fe) Dios nos dio a nosotros.

“Sólo por la Escritura” y “Libre Albedrío” son una decisión de fe consciente, no inconsciente, o sea nacida de la voluntad propia. Necesariamente debe ser así, puesto que toda decisión implica un acto, y todo acto está sujeto a juicio, y todo juicio conlleva un veredicto, un desenlace final.

Si acaso la fe no vale nada para Dios, y resulta que al final (en su juicio acaso) Dios nos dice, frente a todos los seres celestiales, que estuvimos equivocados, y que la redención consistía en pertenecer a determinado grupo religioso, de participar de sus actividades eclesiales y de dar un poco de dinero para su preservación y mantenimiento, entonces, sin duda alguna, los que creemos en “Sólo por la Fe”, “Sólo por la Escritura” y “Libre Albedrío”, somos los más miserables de todos los humanos: “los más dignos de conmiseración”.

Sin embargo, si de verdad “Sólo por la Fe” fue una decisión deliberada (o sea consciente e individual), seguramente los que hayan vivido por ella podrán, al menos, pararse frente al Originador de lo que existe, con una sensación de satisfacción, y podrán decirle, de forma individual por supuesto: “¡Gracias! Gracias por lo extraordinario que fue el haber participado de la existencia, tan siquiera, por un breve tiempo-espacio, y porque en esa brevedad pude vivir en una locura, en una fantasía que me hacía imaginarle diferente a lo que resultó ser: le imaginé amoroso, le imaginé justo, le imaginé glorioso, le imaginé en ocasiones como a un padre, en otras como a un hijo, pero en la mayoría de las ocasiones como a Alguien indescriptible a cabalidad e inabarcable por su inmensidad. Bueno, al final resultó que “Sólo por la Fe” no sirvió para seguir existiendo, pero definitivamente me dio una razón para haber existido: el querer ser como le imaginé. El haber creído en “Sólo por la Escritura” y en “Libre Albedrío” me hizo llegar a la convicción de que usted fue revelado en Jesucristo tal como está expresado en la Biblia, por lo cual perdí mi existencia terrena (existencia sumamente corta, por supuesto, en comparación con los que no creyeron en esto y seguirán existiendo) viviendo como él enseñó y vivió, pero fue sólo una quimera. Acepto su juicio, y el resultado final”.

Así pues, “Sólo por la Escritura” es “Sólo por la Escritura” o “la Escritura y otra cosa”, lo cual, por rigurosa e infantil lógica, anula a “Sólo por la Escritura”. Aunque si no hay “Sólo por la Escritura” todavía nos queda “Libre Albedrío”. También puede existir “Sólo por la Fe”, pero habría que divagar en nuestros interiores (“Libre Albedrío”), como lo hacen las religiones orientales, o centrar la fe en seres humanos (para que nos digan qué y cómo hacer) para que la existencia no sea, al final de cuentas, lo que los espiritistas o los ateos creen.


Dios les cuide.


Juan Carlos

lunes, 23 de agosto de 2010

La situación de los griegos

¿Por qué los griegos, acostumbrados a dioses humanizados, resistían a la predicación, a la enseñanza de que Dios se había convertido efectivamente en un humano? Después de todo, ¿No era eso lo que ellos precisamente creían? Es lógico hasta cierto sentido que los judíos resistieran a esta postura, puesto que ellos siempre habían considerado a Dios como alguien sumamente diferente a ellos, pero ¿los griegos?

Estas preguntas vinieron a mi mente recientemente al estar meditando en las cartas del apóstol Pablo a los corintios, y a los hebreos. Corinto era una ciudad griega a la cual Pablo llegó solo, después de haber predicado (y ser rechazado por la inmensa mayoría) en Atenas, la capital de Grecia. Al no haber cristianos aun y al no conocer a nadie en esa ciudad, el apóstol se juntó con Aquila, y con su esposa Priscila, puesto que Pablo sabía ejercer el mismo oficio que ellos. Al llegar Timoteo y Silas, compañeros de Pablo, a Corinto para ayudarle, encontraron que Pablo estaba completamente dedicado ya a la predicación del evangelio. Dios le dijo a Pablo que siguiera predicando, que había muchas personas que llegarían a creer al evangelio, cuya base es que Dios fue manifestado en carne humana. El trabajo duró un año y seis meses (Hech. 18:1-11).

Apolos, que era de Egipto pero judío de religión, fue evangelizado por Aquila y su esposa, quienes a su vez, ya habían sido evangelizados por Pablo. Dice Lucas que “le expusieron más exactamente el camino de Dios” (18:26). En realidad Apolos era un siervo de Dios, era elocuente y ya predicaba acerca de Cristo, aun antes de conocer a Aquila y Priscila. Pero cuando conoció de una forma más cabal, más profunda, mejor, “el camino de Dios”, llegó a ser mejor también su ministerio, el desempeño de sus labores para con Dios (18:24-28). Apolos fue enviado a Acaya, la cual es una región al sur de Grecia, cuya capital es Corinto. Estuvo, pues, en la ciudad de Corinto, donde primero Pablo había evangelizado.

Este es el contexto de las cartas de Pablo a los hermanos que fueron el producto de su predicación en la ciudad de Corinto. Y a ellos les escribe: “Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo. Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios” (1ª Cor. 1:17-18). Con estas frases el apóstol Pablo hace notar que los griegos, los residentes de Corinto, tenían sabiduría, pero terrenal, diferente a la sabiduría celestial, de la cual emanaba la enseñanza acerca de la cruz. Ellos eran “naturales” (los que sólo están vivos, los que tienen un nacimiento), por eso para ellos “la predicación de la cruz” era una locura: “pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1ª Cor. 2:14).

Hubo un día en que una parte de la creación de Dios decidió separarse de la convivencia armoniosa que impera en el cielo, en otras palabras, decidió separarse de Dios mismo. Dios tenía un plan para rescatar a los que llegarían a la existencia dentro de dicha ruptura (los humanos), y que no tuvieron la oportunidad de elegir de manera libre, como los que decidieron separarse. El plan, de hecho, estaba diseñado para reparar todos los daños colaterales. Por ejemplo, cuando una señorita se quema el rostro sufre un percance físico. Pero el mismo percance afecta también sus emociones, su intelecto y hasta su espíritu. Por otro lado, sus familiares sufren también al verle a ella sufrir. Por lo cual aunque el percance fue físico (una quemadura) y fue en un solo individuo (una señorita) la afectación engloba a todo el ser y a varios otros seres. Para curar el daño, no es sólo necesario hacer una cirugía de reconstrucción en la piel del rostro, sino que la curación, para verdaderamente sanar a la señorita, deberá incluir los demás aspectos de su ser, que deberá ser, al final de cuentas, un tratamiento colectivo, pues será necesario incluir a sus familiares también. De igual manera, el plan de la redención, no debería mirarse como “el plan de la redención del hombre”, sino “el plan de sanación para el universo”.

La predicación del apóstol Pablo, que él llama “la palabra de la cruz”, incluía todo lo anterior. Pero su centro mismo era que Dios, siendo el centro del orden universal, también debería incluirse en la ejecución del plan. De hecho, Dios es el que diseñó el plan, el que lo implementó, el que lo ejecutó, y es también el último y máximo beneficiario: “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él, claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas. Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos” (1ª Cor. 15:21-28). Al final, en “el fin” dice Pablo, todo estará sujeto a Dios, el autor del plan, y él será en todos los supervivientes.

La cruz misma era sólo el punto de partida para el desvelo de la sabiduría divina. Era el fundamento, era sólo el comienzo de lo que Dios se propone hacer. Es, siguiendo con la analogía de la quemadura de la muchacha, la reconstrucción de la piel de su rostro. Pero faltaba mucho más por hacer: “Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios. Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa” (1ª Cor. 3:9-14). Al final, dice Pablo, habrá una “prueba” y “una recompensa”, un juicio en otras palabras. En el día de Jesucristo será probada la obra de cada uno, lo que sobreedificó sobre la cruz, sobre el Señor Jesús, que fue sólo el fundamento, sólo el comienzo.

A los griegos no les gustaba esta predicación, pues sabían que el Dios al cual Pablo predicaba, no era ajeno a las realidades de la vida de los hombres, de las criaturas, sino que estaba inmerso en ellas. Pablo había predicado en Atenas: “Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hech. 17:28). Esto implicaba que el juicio divino estaría basado en toda la vida del individuo, la cual el Dios de Pablo conocía por experiencia propia, no sólo en alguna parte de ella. Y, a diferencia de los dioses griegos que estaban plagados de errores, la mayoría de ellos morales (adulterios, incestos, poligamia, asesinatos, robos, mentiras, injurias, deslealtades, vanidad, etc.), el Dios de Pablo, el que Pablo predicaba, era un Dios que se había vuelto humano y había sido (y seguía siendo) intachable, aunque él anduvo entre humanos. Y eso era lo que ese Dios demandaba de sus seguidores, que aunque anduvieran en este mundo, no vivieran como tales: “Os he escrito por carta, que no os juntéis con los fornicarios; no absolutamente con los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o con los idólatras; pues en tal caso os sería necesario salir del mundo. Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis” (1ª Cor. 5:9-11).

El cambio de vida era inminente, si querían participar de la herencia que Pablo les predicaba: la conversión de esta vida material, a una vida espiritual. La resurrección en todas sus formas: “Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual. Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante. Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual. El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también los celestiales. Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial” (1ª Cor. 15:44-49). El problema de los griegos era el problema de todos los seres que no aman a Dios. El problema es que no quieren dejar la vida que llevan, y cambiarla por una nueva. Una vida nueva que no se ve, que sólo se espera con certeza, con convicción.

Maravillas de maravillas eran las cosas de las que el apóstol hablaba. Realidades infinitas e inimaginables, escondidas por siglos. Sabiduría de la más pura fuente, directas del que todo lo sabe. Pero para acceder a todo eso el humano debería estar dispuesto a dejar, y hacerlo en efecto, la vida material, esta realidad que nos rodea, que fue diseñada por el opositor de Dios: “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1ª Cor. 9:24-27). No, los griegos no querían dejar la vida que llevaban, eran mejores sus creencias, según les parecía. ¿Por qué dejar los bienes, las comodidades, los placeres, los goces de esta vida, por fantasías, por creencias, por convicciones? Era una verdadera locura. Y lo sigue siendo.

“Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1ª Cor. 10:31). Dios había venido en carne humana. Dios mismo había mostrado y enseñado cuál era el camino que había que caminar para ir hacia esas realidades de las que ahora hablaba Pablo. Dios mismo se había abstenido de las cosas materiales, para poder ser agradable a él mismo, para ser congruente consigo mismo. Ahora, el apóstol Pablo le imitaba, y así enseñaba: “Sed imitadores de mí, como yo de Cristo” (1ª Cor. 11:1). Una vida espiritual, en un cuerpo humano. Una mente celestial, en un periodo terrenal: una gran verdad difícil de aceptar.


Juan Carlos

lunes, 26 de julio de 2010

Esta es la vida eterna

Buen día a todos ustedes. Yo sé que los que leen esta página son sólo aquellos que me conocen y que me guardan, al menos, un poco de afecto. Para ustedes escribo. Cada vez que lo hago, le pido a Dios que me de la capacidad de escribir algo que le honre y que les edifique. Confío en que es así.

Navegando en la red, llegué a tener conocimiento de un concurso de literatura cristiana. Justo yo acababa de escribir la carta que publiqué aquí mismo. Posteriormente llegué a la convicción de que esa carta, el contenido de ella, debía adaptarla para enviarla a dicho concurso.

Acabo de enviar al concurso el escrito, y pensé que sería bueno publicarlo aquí mismo. He adaptado el contenido, y agregué algunas cosas. A los que ya leyeron la carta, pienso que también les puede ayudar este escrito. A continuación lo transcribo.



Esta es la vida eterna.

A todos aquellos pequeños a quienes han sido revelados los misterios escondidos por los siglos. A todos aquellos que han enriquecido mi experiencia cristiana.

Latinoamérica es, en términos prácticos para Dios, como cualquier otra parte del mundo. Es verdad que las culturas son diferentes en muchos sentidos, pero el ser humano es el mismo. Dios envió al Señor Jesús para la salvación de la humanidad entera, para todo aquel que creyere que él decía la verdad y que la practicaba: “para que todo aquél que en él crea, no se pierda, más tenga vida eterna” (Jn. 3:16). El objetivo por el cual debía venir era reivindicar al ser humano frente a Dios, pues ellos estaban enemistados. Es, pues, la obra del Señor Jesús, universal.

La cuestión a resolver sería, ¿cómo está afectando en nuestro entorno la vida y la enseñanza de Cristo? ¿En Latinoamérica ha tenido o está teniendo impacto? Sin embargo, por la naturaleza misma de las preguntas anteriores, desde ya se puede visualizar que hay otras más, antes que éstas, que habría que resolver. Los cuestionamientos básicos posiblemente serían ¿cuál fue el propósito, en términos prácticos, de la vida del Señor Jesús? ¿Tiene eso que ver, en términos prácticos, con la vida del ser humano, histórica y contemporáneamente? Este es el punto de partida.

“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien has enviado” (Jn. 17:3). Las anteriores son palabras que habló Uno que supo, desde su tierna edad, cuál era el propósito primario de su vida, de la vida de todos los humanos: el Señor Jesús.

En este par de frases, sencillas y categóricas, se encierra el objetivo por el cual el ser humano viene a la existencia: conocer a Dios. Saber quién es él. Saber cómo es él. Cuando alguien sabe quién es Dios, y sabe cómo es, en ese momento se le considera como viviendo una vida eterna, sin final.

Sin embargo, el apóstol Juan aclara: “a Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Jn. 1:18). Entonces, como nadie ha visto a Dios, y de hecho nadie puede hacerlo, porque él habita en luz inaccesible para las criaturas (1ª Tim. 6:13-16), tuvo que volverse carne, para venir a mostrarse, para que los humanos le pudieran conocer.

Que Dios se haya vuelto un humano para venir a manifestarse es una verdad sumamente amplia. Es el postulado más impresionante que haya existido en toda la historia, es en muchos sentidos, el gran misterio encerrado por los siglos: “Indiscutiblemente grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria” (1ª Tim. 3:16).

Para venir a manifestarse en cuerpo humano, Dios tuvo que despojarse de sus cualidades divinas, esas cualidades que comparten los 3 seres divinos, los cuales se hacen llamar: “Padre, Hijo y Espíritu Santo”. Ellos tres son Dios, ellos tres han existido siempre y siempre existirán. Pero uno de ellos decidió volverse como uno de nosotros, dejar de tener lo que ellos tienen, para ilustrar, para manifestar a la humanidad cómo es él, y cómo conocerle: “Haya en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres, y en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fili. 2:5-9).

Cuando un humano entiende lo suficiente esta verdad, su vida es transformada totalmente, pues deja de darle importancia a las cosas de este mundo, y se concentra únicamente en las cosas celestiales, en las eternas. Es en este momento donde se convierte en un “loco” a la vista de los demás, porque ya no piensa, ya no habla, ya no actúa como los demás en el mundo lo hacen, se convierte en alguien espiritual, pues pone sus ojos en las cosas espirituales: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Col. 3:1-2). Lo anterior sucede porque el individuo logra entender cosas que le pertenecen sólo a Dios, que Dios por supuesto le revela, pero que “el hombre natural no percibe… porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1ª Cor. 2:14).

El Señor Jesús enseñó (sabiendo de lo que hablaba) que para acceder a esta clase de conocimiento, y de vida, el ser humano debe despojarse de todo lo material, y enfocarse en el conocimiento que Dios le ha dado: “así pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Luc. 14:33). Estas son palabras verdaderas. Adán, por ejemplo, cuando Eva no quiso seguir ligada a Dios, no quiso renunciar a ella. Quiso quedarse con lo que ya poseía, desconfiando que Dios le podría proporcionar algo igual o (seguramente) mejor. Eso no le fue agradable a Dios y fue el inicio de la miseria que hoy se vive, y que se ha vivido en toda la historia del hombre. El Señor Jesús sabía eso.

Lo anterior es sencillo de entender: “El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo. También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró” (Mat. 13:44-46). Los apóstoles creyeron en estas palabras: “Pedro le dijo: he aquí nosotros hemos dejado todo, y te hemos seguido, ¿qué, pues, tendremos?

“Y Jesús le dijo: de cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna” (Mat. 19:27-30).

Este es una especie de negocio (es de hecho un pacto). Es como si Dios se acercara a una persona y le dijera: “dame lo que te queda de vida, con todo lo que tienes, y te doy una vida eterna.” ¿No es un buen trato? Sin duda lo es. De esta forma, si alguien decide entrar en este pacto, entonces recibe “un talento”, en otras palabras, recibe un poco de conocimiento acerca de Dios. Lo que Dios pretende es que ese poquito conocimiento que le fue otorgado al individuo se multiplique.

Cada ocasión que Dios da más conocimiento acerca de él, lo que pretende es convertir al ser humano más a su semejanza, que el carácter sea transformado. Él se hizo carne para que la humanidad pudiera conocerle, y así acceder al conocimiento que le llevaría a vivir una vida eterna. Este fue el segundo propósito en su vida terrenal, compartir el conocimiento que él tenía: “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer” (Jn. 15:15).

Dar a conocer lo que se sabe de Dios es la evidencia de que se valora lo que Dios ha dado. Es la evidencia (si ha afectado la vida nuestra) de que creemos que es una “perla de gran precio”. Es también la evidencia de que nos estamos pareciendo a él.

El Señor Jesús dejó sus cualidades divinas y las glorias celestiales voluntariamente para venir a dar el conocimiento de Dios. Así los que creen en él renuncian a todo lo que tienen para llevar el conocimiento de él a los que no lo tienen. Esto es parecerse a él, esto es caminar por donde él caminó. Esto es lo que la Biblia enseña.

Este pacto es, de hecho, para todos los que quieran, independientemente de su edad, género, raza o cualquier otra cosa. Todos los que quieran pueden hacerlo, pueden inscribirse. Pero no todos quieren aceptar esta luz. “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Jn. 3:19-20). La mayoría de las personas en el mundo prefieren quedarse con las cosas y las vidas que tienen, en vez de entregarlas a Dios. Esto sucede porque no quieren una vida santa, sino una vida de pecado, de egoísmo.

El ser egoísta es justamente lo contrario a lo que es Dios. Es precisamente no parecerse a él. Al no dejar la vida, tal como la viven los que no conocen a Dios, no se puede comenzar la otra. En el cristianismo actual, se cree que se pueden tener las dos vidas, pero esto es imposible: “nadie puede servir a dos señores” dijo el Señor Jesús. La vid no puede dar higos y la higuera no puede dar uvas. Ninguna fuente puede dar agua dulce y agua salada. Nadie puede ser abnegado y egoísta a la vez. Nadie puede ser como Jesús y como Satanás.

Si alguien se entrega por completo a estos dos propósitos de la vida del Señor Jesús, entonces puede llegar a ser como él: “el discípulo no es superior a su maestro; mas todo el que fuere perfeccionado, será como su maestro” (Luc. 6:40). Nadie puede ser mejor que lo que él fue, pero se puede llegar a ser como él.

Lo anterior parecerá una locura a todos los que no creen en lo que el Señor Jesús hablaba, pero esto fue lo que él mismo enseñó: “El que cree en mí, las cosas que yo hago, él las hará también, y aun mayores hará, porque yo voy al Padre” (Jn. 14:12).

La mayoría de las personas en Latinoamérica (estadísticamente) dicen creer en él, pero en realidad no lo hacen. Algunos dirán que esto es una herejía, que son palabras del diablo. No es de extrañar que esto suceda: “bástele al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al padre de familia (el Señor Jesús) llamaron Beelzebú, ¿cuánto más a los de su casa (los que creen en él)? (Mat. 10:25).

El Señor Jesús no sólo se despojó a sí mismo de sus cualidades divinas para venir a darse a conocer. Sino que se hizo obediente hasta la muerte. Se espera lo mismo de todos los que aceptan lo que él vivió, los que creen en él. Aquellos que decían creer en Dios fueron los que mataron a Dios, cuando vino a este mundo en forma humana. Pero antes de matarlo le rechazaron, se burlaron de él, le injuriaron y le persiguieron. Esto mismo le ocurre a todos los que son como él realmente. Los que realmente le conocen. Los que conocen a Dios.

Todos los apóstoles fueron maltratados y finalmente martirizados. Todos, menos Juan, fueron muertos por causa de vivir como el Señor Jesús. Pero todos estuvieron de acuerdo en eso, pues ellos tenían el mismo sentir que el Señor Jesús. Todos murieron satisfechos, contentos. Uno de ellos fue Jacobo, el hermano de Juan. Él fue muerto por Herodes, dice la Biblia que fue a espada (Hech. 12:1-2). Jacobo no pudo servir por muchos años a su Señor. Fue poco tiempo (en comparación con otros) el que pudo dedicarse al servicio de Dios y de los hombres. Le mataron pronto. Pero eso no importa. Lo que importa es que estaba siendo y haciendo lo mismo que hizo su Señor.

No importa el tiempo en que llega la invitación a entrar en el pacto, si falta mucho o poco para la muerte, lo que importa es ser como el Señor Jesús, en carácter y obra, en pensamiento y en acción, en el interior y en el exterior. Este es el propósito de esta vida. De esto depende la vida eterna.

Cercano a la muerte, el apóstol Pablo, quien había escrito que el ya no vivía de sí mismo, sino que el Señor Jesús vivía dentro de él (Gál. 2:20), escribió lo siguiente, para algunos pocos que habían creído en su predicación: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Mas si el vivir en la carne (en el cuerpo, en esta vida terrestre) resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros. Y confiado en esto, se que quedaré, que aun permaneceré con todos vosotros, para vuestro provecho…” (Fil. 1:21-25) ¡Esto es tener la misma actitud que el Señor Jesús! ¡Esto es una vida plena, en abundancia!

En el camino hacia el Gólgota, algunas mujeres lloraban y lamentaban la condición del Señor, pero él no estaba preocupado por él mismo, sino por lo que ellas tendrían que pasar después: “hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos” (Luc. 23:27-28). Las señoras vieron en los ojos del Salvador la mirada de Dios mismo, y al introducirse los sonidos salidos de la boca del que sólo hablaba para salvar, en esos oídos, recordarían por siempre la lección aprendida en esa tarde. Seguro que ellas volvieron a sus casas preocupadas por la salvación de sus hijos. Ya no les importarían las cosas materiales, sino la vida de su pequeño rebaño.

Visualizando su muerte, y su resurrección, y su recepción celestial, y la compañía de los ángeles, y todas las glorias que él sabía que le estaban esperando, el Señor seguía preocupado por la salvación de los que vino a rescatar. Quería seguir salvando personas. El mundo ya estaba obscuro, en tinieblas, lo levantaron en una cruz. Pero quería seguir salvando personas. Le dieron vinagre a beber, le insultaban y se burlaban. Pero él quería seguir salvando personas. Aguantó hasta que logró salvar a uno más ¡uno más! ¡Oh, qué ejemplo de vida ha dejado el Señor Jesús para los que crean en él! ¡Qué lecciones de actitud fueron registradas en las Escrituras de parte de aquellos que compartieron el mismo sentir que Cristo Jesús!

A lo largo de la vida he podido comprobar la veracidad de todo lo anteriormente expuesto. He podido observarlo con mis propios ojos. He visto a los más “visibles”, pero Dios ha querido que vea también a los “invisibles”. Todas las semanas, un día a la semana por supuesto, se pueden observar a los vistosos. Los reflectores les acompañan. Los equipos de sonido, los auditorios, los autos, les son preparados para “realizar la obra de Cristo”. Pero día con día, en algún rincón apartado, o en medio del bullicio citadino indiferente, los “no vistosos” hacen su trabajo de manera abnegada, de forma silenciosa quizá para la humanidad, pero preciosa y valorada celestialmente.

Te he visto muchacho anónimo. Te vi el rostro mientras escuchabas atentamente, cuando abrías los ojos sorprendido, cuando te acercaste y me dijiste: “tengo poco de saber de la Biblia, pero nunca había escuchado lo que acabas de decir”. Te seguí viendo cuando dejaste tu puesto de albañil para tomar tu Biblia y convertirte en “embajador del reino de Dios”. Construiste convicciones sólidas en mi mente, cuando después de un tiempo me contabas de todas las personas que pudiste informar acerca de las cosas celestiales, o cuando hablabas de la forma en que casi morías enfermo y solo y fuiste sanado, en un “abrir y cerrar de ojos”, para continuar tu labor. Te vi cuando decías que estabas triste porque no nos veríamos por algún tiempo.

Te he visto señora anónima. Te vi cuando dejabas de atender el puesto de ropa usada, para atender en la distribución gratuita del conocimiento de la salvación. Cuando, a altas horas de la noche, llegabas con nuevas historias, con nuevas alegrías, con nuevas preocupaciones por aquellos que aceptaban o se resistían a escuchar las palabras de vida. Te vi cuando orabas insistentemente por aquellos que tenían el mismo sentir que el Señor Jesús, y por aquellos que llegarían a creer por medio de ellos. Te vi cuando evitaste la despedida.

Te he visto joven-adulto anónimo. Te vi mientras me hospedabas en tu casa, mientras compartíamos el conocimiento adquirido directamente de la fuente segura. Te observaba cuando clavabas tu mirada en la mía comunicándome tu gratitud y tu alegría. Cuando mesías tu cabello en señal de preocupación y lucha, pero también radiante después del triunfo de la fe. Cuando me comunicaste que dejarías tu proyecto millonario, en el cual habías invertido años, porque querías conseguir el “tesoro escondido”. Te vi cuando me acompañaste aquella noche en el bosque, a visitar a la familia no creyente de una hija preocupada por ellos, cuando apareció la víbora, cuando la mataron, cuando la gente se juntó, y aguantó hasta las horas de la madrugada, atentos a todo aquello que les parecía tan novedoso. Te vi cuando, de madrugada y casi a solas, eras descendido en las aguas de un río, como lo fue un día el Señor a quien amas. Te vi cuando nos despedíamos con una oración a Dios.

Te he visto muchacho anónimo. Te vi aquel día, en penumbras junto a tus compañeros de colegio, de madrugada y despeinado, escuchando atentamente con la lámpara en tu frente apuntando hacía la Biblia. Mientras comprobabas si lo que se decía era como estaba escrito ahí. Te seguí viendo cuando día con día me buscabas para seguir aprendiendo de aquello que antes no habías visto. Te escuché tocar el violín cuando todos dormían. Escuché sonar las hojas de las Escrituras mientras las estudiabas, y seguramente pensabas que nadie te veía. Te observé esa noche que caminamos juntos más de veintisiete kilómetros rodeados de la selva amazónica, cansados y sedientos. Cuando estuvimos a un par de metros del lagarto agazapado en el río, cuando queríamos tomar un poco de agua. Cuando me acompañaste a predicar en tantos ocasiones. Cuando, antes de mi partida, me revelaste lo que te habían revelado a ti: “usted no sabe, y no se lo había dicho, pero ahora quería decírselo. Una noche tuve un sueño, en respuesta a una oración que le hice a Dios. Yo quería entender la carta a los Hebreos, y por más que me esforzaba no lograba entenderla. Le pedí a Dios que pudiera entenderla. Soné que alguien me explicaba, que alguien era enviado por Dios para que yo la pudiera entender. Entonces le miré a usted en mi sueño. Soné con usted algunos meses antes de conocerle”. Te vi cuando me decías que ya no querías una carrera profesional, sino querías ser un misionero.

Te he visto joven anónima. Te vi cuando fuiste comprendiendo poco a poco los costos que implica el conocer a Dios. Cuando sabías que tu trabajo estable y confortable en la clínica dejaría de serlo. Cuando te visualizaste siendo una embajadora de Cristo. Cuando llorabas porque la decisión era muy fuerte. Te vi cuando me contabas de lo exitoso según este mundo que estaban siendo tus compañeras de estudios y de profesión. Pero también cuando, sumamente feliz, me contabas de tus decisiones de salir de tu ciudad y mudarte a otra para poder alcanzar a los que amabas. Te vi cuando no lograste que todos aceptaran, cuando estabas triste. Te vi cuando me pedías ayuda y accedí a visitarte en aquella ciudad para “echarte la mano”. Tu mirada expectante, y la sonrisa final, cuando nos despedíamos y me decías: “ojalá pudieras quedarte siempre, pero sé que ahora nos toca a nosotros”. Te veo cuando leo tus cartas con las noticias del avance de la obra.

He visto, por la gracia de Dios, a muchos otros. Personas normales viviendo vidas anormales. Hombres y mujeres, pequeños y grandes de edad, resplandeciendo como estrellas en el firmamento, ayudando a guiar a otros en el mar de este siglo. Ejemplos admirables de la vida cristiana. Lo mismo ha sucedido a lo largo de la historia. Desde los tiempos apostólicos, pasando por la edad obscura, por el periodo de la reforma, de los movimientos religiosos de los siglos 19 y 20, hasta la actualidad y un poco más allá, cuando el Señor regrese, ha sido y seguirá siendo de la misma manera. Vida por vida. Unos la dan, entera y con todo lo que tienen, para que otros la obtengan. Los libros de historia no han podido, y no podrán nunca registrar a tantos que han dado sus vidas para que otros la hallen. Pero los anales de la historia celestial los tienen anotados con letras de sangre, sus nombres están grabados en las manos mismas del que les dio el ejemplo, del que lo vivió primero.

Esta es la manera en que, lo que enseñó y vivió el Señor, está afectando a Latinoamérica, y seguramente de igual forma al mundo entero. Esta es la relevancia, en términos prácticos, de lo que está registrado en las Escrituras. Este es el propósito del ser humano: esta es la vida eterna.

“Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer por su buena voluntad. Haced todo sin murmuraciones ni contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo; asidos de la Palabra de vida, para que en el día de Cristo yo pueda gloriarme de que no he corrido en vano, ni en vano he trabajado. Y aunque sea derramado en libación sobre el sacrificio y servicio de vuestra fe, me gozo y regocijo con todos vosotros” (Fil. 2:12-17).

Hasta aquí el escrito.

Que Dios les cuide.

Juan Carlos

lunes, 5 de julio de 2010

La pregunta universal

El día de ayer escribí una carta personal a una persona que conocí hace varios años. Mientras le escribía le pedí a Dios que me concediera el escribir algo de beneficio para esa persona. Cuando terminé de escribir me di cuenta que debía compartir esto no sólo con él, sino con muchos otros. Por ello es que lo transcribí en mi computadora (la carta que escribí fue a mano), para ponerlo aquí en el blog.

No estoy transcribiendo la introducción, por ser puramente personal, pero escribiré el cuerpo mismo de la carta. A continuación el escrito:

Ahora, mientras le escribo, viene a mi mente la pregunta universal: ¿Cuál es el propósito de esta vida, de la existencia? Seguramente usted se hizo esta pregunta alguna vez, o aun en este momento no tiene respuesta satisfactoria todavía. Permítame colaborar un poco.

“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien has enviado” (Juan 17:3). Las anteriores son palabras que habló Uno que supo, desde su tierna edad, cuál era el propósito de su vida, de la vida de todos los humanos: el Señor Jesús.

En este par de frases, sencillas y categóricas, se encierra el objetivo por el cual el ser humano viene a la existencia: conocer a Dios. Saber quién es él. Saber cómo es él. Cuando alguien sabe quién es Dios, y sabe cómo es, en ese momento se le considera como viviendo una vida eterna, sin final.

Sin embargo, el Señor Jesús también dijo: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:18). Entonces, como nadie ha visto a Dios, y de hecho nadie puede hacerlo, porque él habita en luz inaccesible para las criaturas (1ª Timoteo 6:13-16), tuvo que volverse carne, para venir a mostrarse, para que los humanos le pudieran conocer.

Que Dios se haya vuelto un humano para venir a manifestarse es una verdad sumamente amplia. Es el postulado más impresionante que haya existido en toda la historia, es en muchos sentidos, el gran misterio encerrado por los siglos: “Indiscutiblemente grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria” (1ª Timoteo 3:16).

Para venir a manifestarse en cuerpo humano, Dios tuvo que despojarse de sus cualidades divinas, esas cualidades que comparten los 3 seres divinos, a los cuales llamamos: “Padre, Hijo y Espíritu Santo”. Ellos tres son Dios, ellos tres han existido siempre y siempre existirán. Pero uno de ellos decidió volverse como uno de nosotros, dejar de tener lo que ellos tienen, para ilustrarnos, para manifestarnos cómo es él, y cómo conocerle: “Haya en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres, y en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:5-9).

Cuando un humano entiende lo suficiente esta verdad, su vida es transformada totalmente, pues deja de darle importancia a las cosas de este mundo, y se concentra únicamente en las cosas celestiales, en las eternas. Es en este momento donde se convierte en un “loco” a la vista de los demás, porque ya no piensa, ya no habla, ya no actúa como los demás en el mundo lo hacen, se convierte en alguien espiritual.

El Señor Jesús enseñó (sabiendo de lo que hablaba) que para acceder a esta clase de conocimiento, y de vida, el ser humano debe despojarse de todo lo material, y enfocarse en el conocimiento que Dios le ha dado. Lea las siguientes palabras: “así pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Luc. 14:33). Estas son palabras verdaderas. Adán, por ejemplo, cuando Eva no quiso seguir con Dios, no quiso él renunciar a ella. Eso no le gustó a Dios. El Señor Jesús sabía eso.

Piénselo de esta forma: “El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo. También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró” (Mateo 13:44-46). Los apóstoles creyeron en estas palabras: “Pedro le dijo: he aquí nosotros hemos dejado todo, y te hemos seguido, ¿qué, pues, tendremos?

Y Jesús le dijo: de cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna” (Mateo 19:27-30).

Este es una especie de negocio (es de hecho un pacto). Es como si Dios se acercara a usted y le dijera: “dame lo que te queda de vida, con todo lo que tienes, y te doy una vida eterna.” Yo le pregunto ¿no es un buen trato? Sin duda lo es. Esto que le escribo no lo entendía antes, pero lo entiendo ahora. De hecho se lo escribo porque creo que usted necesita saberlo.

Cada ocasión que Dios da más conocimiento acerca de él, lo que pretende es transformarnos más a su semejanza, que nuestro carácter sea transformado. Él se hizo carne para que nosotros pudiéramos conocerle, y así acceder al conocimiento que nos lleva a la vida eterna. Este fue su segundo propósito en su vida terrenal: compartir el conocimiento que él tenía: “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer” (Juan 15:15).

Dar a conocer lo que uno sabe de Dios es la evidencia de que valoramos lo que Dios nos ha dado. Es la evidencia de que creemos que es una “perla de gran precio”. Es también la evidencia de que nos estamos pareciendo a él.

El Señor Jesús dejó sus cualidades divinas voluntariamente para venir a dar el conocimiento de Dios. Así los que creen en él renuncian a todo lo que tienen para llevar el conocimiento de él a los que no lo tienen. Esto es parecernos a él, esto es caminar por donde él caminó. Esto es lo que la Biblia enseña.

Este pacto del cual le estoy escribiendo es para todos los que quieran, independientemente de su edad, género, raza o cualquier cosa. Todos los que quieran pueden hacerlo, pueden inscribirse. Pero no todos quieren aceptar esta luz: “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Juan 3:19-20). La mayoría de las personas en el mundo prefieren quedarse con las cosas y las vidas que tienen, en vez de entregarlas a Dios. Esto sucede porque no quieren una vida santa, sino una vida de pecado, de egoísmo.

El ser egoísta es justamente lo contrario a lo que es Dios. Es precisamente no parecerse a él. Al no dejar la vida, tal como la viven los que no conocen a Dios, no podemos comenzar la otra. En el cristianismo actual, se cree que se pueden tener las dos vidas, pero esto es imposible: “nadie puede servir a dos señores” dijo el Señor Jesús. Nadie puede ser abnegado y egoísta a la vez. Nadie puede ser como Jesús y como Satanás.

Si alguien se entrega por completo a estos dos propósitos de la vida del Señor Jesús, entonces puede llegar a ser como él: “el discípulo no es superior a su maestro; mas todo el que fuere perfeccionado, será como su maestro” (Lucas 6:40). Nadie puede ser mejor que lo que él fue, pero se puede llegar a ser como él.

Lo que le estoy escribiendo parecerá una locura a todos los que no creen en el Señor Jesús. La mayoría de las personas dicen creer en él, pero en realidad no lo hacen. Algunos dirán que esto es una herejía, que son palabras del diablo. No es de extrañar que esto suceda: “bástele al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al padre de familia (el Señor Jesús) llamaron Beelzebú, ¿cuánto más a los de su casa (los que creen en él)? (Mateo 10:25).

El Señor Jesús no sólo se despojó a sí mismo de sus cualidades divinas para venir a darnos a conocer a Dios. Sino que se hizo obediente hasta la muerte. Se espera lo mismo de nosotros, los que creemos en él. Aquellos que decían creer en Dios fueron los que mataron a Dios, cuando vino a este mundo. Pero antes de matarlo le persiguieron, en muchas ocasiones le rechazaron. Esto mismo le ocurre a todos los que son como él realmente. Los que realmente le conocen.

Todos los apóstoles fueron maltratados y finalmente martirizados. Todos, menos Juan, fueron muertos por causa de vivir como el Señor Jesús. Pero todos estuvieron de acuerdo en eso, pues ellos tenían el mismo sentir que el Señor Jesús. Todos murieron satisfechos, contentos. Uno de ellos fue Jacobo, el hermano de Juan. Él fue muerto por Herodes, dice la Biblia que fue a espada (Hechos 12:1-2). Jacobo no pudo servir por muchos años a su Señor. Fueron pocos días los que pudo dedicarse al servicio de Dios y de los hombres. Le mataron pronto. Pero eso no importa. Lo que importa es que estaba haciendo lo mismo que hizo su Señor.

No importa el tiempo en que nos llegó la invitación, si faltaba mucho o poco para nuestra muerte, lo que importa es ser como el Señor Jesús, en carácter y obra, en pensamiento y en acción, en el interior y en el exterior. Este es el propósito de esta vida. De esto depende la vida eterna.
Le he escrito todo esto, porque tengo una deuda grande con usted al no haberle escrito todos estos años. Tres años y medio en que no le compartí las buenas nuevas que nos vino a enseñar, desde el cielo, el Señor Jesús. Pero ahora que las conozco, y que las vivo verdaderamente, se las comparto.

Le he pedido a Dios en oración a mi Padre que me otorgue la oportunidad de guiar esta pluma y mis pensamientos con el objetivo de transmitirle adecuadamente la información. Le he pedido igualmente que usted la logre comprender.

Si usted decide tomar la invitación de pertenecer a la familia celestial, le adelanto que es sólo el comienzo de una vida llena de nuevos descubrimientos, de grandes profundidades, de inconmensurables alturas, de las más grandes esperanzas. Desde esta vida, lo que dure, usted comenzará a descubrir “cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni siquiera se han imaginado los hombres” (1ª Corintios 2:9), y esto seguirá por la eternidad.

Dios quiere probarle, a todos en el universo, que él es amor. Él lo puede lograr a partir de las vidas de las personas transformadas. Usted puede ayudarle en ese objetivo.

Reciba de nueva cuenta mi petición de disculpa (por no haberle escrito antes), y mi sincero aprecio.

Hasta aquí la carta.

Que Dios les cuide.

Juan Carlos

jueves, 10 de junio de 2010

Los libros "pequeños"

Buen día hermanos.

Al meditar en los tiempos, y en todo lo que ha sido la experiencia espiritual a lo largo del camino, he pensado que "lo pequeño" es de mucho valor para Dios.

El apóstol Pablo dijo que "tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios". Claro, el apóstol está hablando de personas, que por su apariencia externa se podría concluir que no valen mucho, pero por lo que traen dentro son glosiosos. Sin embargo, aplicando este principio a toda la vida, podemos notar que Dios hace esto mismo no sólo conlos humanos, sino con todas las cosas.

En la Biblia hay libros que se les considera como "básicos". Otros son muy "importantes". Pero tomando otro argumento del apóstol Pablo podemos entender que en realidad, todos los libros de la Biblia, formando parte del "cuerpo" entero, tienen su lugar, su razón de ser. Es ahí donde encuentran relevancia los libros "pequeños".

La mayoría de las personas "principiantes" en las escrituras comienzan su "caminar" por los libros de Génesis, Salmos, o Mateo. Los que ya tienen cierta experiencia se "aventuran" con el resto del pentateuco y con los evangelios, o los que son un poco más osados, los libros de Jeremías, Ezequiel, Isaías, del antiguo testamento, y Hechos y las cartas de Pablo, del nuevo testamento.

Sin embargo, al preguntar por los libros favoritos, las respuestas oscilarán de un lado a otro, pero nunca serán mencionados libros como Levítico, Números, Esdras, Nehemías y los poco famosos libros de los "profetas menores".´

Sin embargo, precísamente en ellos, en los profetas menores y en los libros "olvidados" o "no preferidos", Dios ha querido "guardar" joyas muy preciosas, de mucho valor, que sólo encontrarán los que buscan, los que cavan, los que se esfuerzan por encontrar las riquezas celestiales. Ya lo dijo también el apóstol Pablo, que debemos perceverar "hasta alcanzar todas las riquezas de pleno entendimiento, a fin de conocer el misterio de Dios el Padre, y de Cristo," (Col. 2:2). Y el Señor mismo dijo que las Escrituras (entiéndase, el Antiguo Testamento) eran las que daban testimonio de él. Y como en él están escondidas "las riquezas del pleno conocimiento", debemos concluir que están escondidas en los libros del Antiguo Testamento.

Pero están escondidas, en otras palabras, no están "a simple vista". Se requieren los ojos de la Fe, para poder ver lo que no se ve. Pero todo viene de Dios: "Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó" (Luc. 10:21). Si somos "agradables a Dios", o sea si tenemos fe ("sin fe es imposible agradar a Dios", o sea con la fe es la única manera de agradarle), él nos revela las cosas que sólo él sabe, y que estan escondidas. Esto es excelente.

Es pues mi deseo, que con estas sencillas palabras, pueda motivarles al estudio sincero y tenaz de las Sagradas Escrituras. Que las cosas de este mundo no sean un obstáculo para su crecimiento espiritual: "Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba" (Col. 3:1). Es el tiempo que Dios ha puesto en su sola potestad. Que no seamos como los que vivíanen tiempo de Noe y de Lot.

Dios les cuide.

Juan Carlos

viernes, 14 de mayo de 2010

Desde México

Buen día hermanos.

Ahora estoy escribiendo desde Ciudad de México. Las cosas han cambiado: mucho. Pero algunas siguen siendo las mismas, desde hace casi dos mil años, pero pronto cambiarán también.

Ahora sólo quiero decirles que escribiré de nueva cuenta en este medio. Pienso que puede ser un medio para sentirnos cerca y lejos. Pienso que puede ser una liga existencial entre nosotros. Es un espacio para no "dejar de congregarnos".

Dios les cuide.

Juan Carlos