martes, 19 de octubre de 2010

En espíritu y en verdad

Definitivamente Dios conocía todos los eventos que llegarían a suceder una vez que el creara la existencia (esa existencia que provino de él, quien siempre existió). Desde que creó a los ángeles, y se comenzó a desarrollar la sociedad celestial (para nosotros celestial, para ellos universal). Dios también sabía lo que ellos pasarían, y previó la existencia de los humanos y de este planeta.

Respecto a este planeta, Dios mismo se encargó de la “puesta en marcha” de su creación. Obviamente también sabía el desarrollo de la historia en este mundo: ella serviría para algunos propósitos específicos, que él no sólo conocía, sino que planeó. Los seres que él dotó con inteligencia tienen, junto con ella, muchas otras cualidades: creatividad, moralidad, discernimiento, imaginación. Todas esas características que acompañan a la inteligencia son la base del desarrollo espiritual. Todo esto también lo otorgó Dios, para llevar a cabo su propósito eterno.

El uso de la inteligencia es el sello distintivo de que Dios es el creador. La conciencia en sí misma es la oportunidad de regresar al origen de todo: Dios. El uso de la conciencia, que tiene su residencia en el cerebro, es la herramienta, el medio para conectarnos con Dios. Si dejamos de utilizarla es lo mismo que dejar de ser humanos, aquellos que de entre toda la creación que habita en este planeta tienen la conciencia. Para nuestro beneficio los animales no tienen conciencia, sólo tienen existencia. La existencia en sí misma no es suficiente para entender a Dios y comunicarse con él. Por lo anterior, un árbol o un insecto, un ave o un león no podrían nunca llegar a ser “salvos” de este periodo: fueron creados para este mundo. Una vez que ellos mueran no volverán a existir. Existirán otros, pero ellos no.

Si tuviésemos una mascota, un perro por ejemplo, y dicha mascota muriese, no podríamos volver a tenerla. Podríamos tener otro de la misma raza, pero no el mismo. Podríamos domesticarlo de la misma manera que al primer perro, pero no sería el mismo. El primero murió, y de esa muerte no hay remedio. Ese perrito habría cumplido su periodo y el propósito por el cual Dios previó su existencia, pero no volverá a ser, no volverá a existir.

Esto mismo ocurre en el plano universal. Los seres que tenemos conciencia (los seres inteligentes en las regiones celestes y este mundo) tenemos junto con ella la grandiosa oportunidad de participar de otro nivel de existencia, sumamente glorioso y tremendamente superior al de este en el cual hoy nos desenvolvemos. Tanto ellos como nosotros hoy estamos “atrapados” en un periodo de la historia del universo donde hay una anomalía, donde hay un problema: el pecado. Cuando este periodo termine, entonces los que supieron entender a Dios durante este periodo (tanto ángeles como humanos) serán invitados a participar de una “gran cena” en símbolo, a la gran inauguración de la nueva realidad, una realidad donde “Dios será todo en todos”.

Hoy día, y a través de la historia, algunos humanos (usando su conciencia, su inteligencia, su mente) se dan cuenta de la imposibilidad de salir de esta existencia por los medios propios. Muchos otros sin embargo piensan que sí pueden. Han llegado a pensar (usando muy poco su inteligencia) que Dios es alguien un tanto “hedonista” (alguien egoísta, alguien que requiere de un séquito de humanos que llenen recintos físicos en los cuales le canten, que reciten “sus palabras” como si de un artista contemporáneo se tratase), por lo cual se dedican a reproducir afiches (imágenes), “souvenirs”, canciones, videos, todos ellos supuestamente de/para Dios. Grandes eventos (la mayoría llenos de parafernalia) se dedican a un Ser del cual prácticamente no se conoce nada.

Dios es lo suficientemente superior como para tratarnos de manera inteligente. Pensando de nuevo en el mundo natural en el cual vivimos y del universo que nos rodea, no podemos pasar por alto la inteligencia con que Dios nos ha envuelto. La relación con él, la que él siempre ha pretendido tener para con nosotros, es racional. Esa es la clase de “culto” que siempre ha buscado. Lo ha conseguido en ángeles y en humanos. No ha sido, y hoy no es, una imposibilidad. El uso de la mente (aquello que Dios nos proporcionó a los humanos cuando nos dio la existencia) es un requerimiento para la salvación.

El libre albedrío (la libre elección) tiene su residencia en la mente. Cuando uno cede el libre albedrío, está cediendo el uso de la mente. Si esto ocurre es imposible la salvación. Esto fue lo que ocurrió en tiempos del Señor Jesús, la gente había cedido su libre elección (el uso de su mente) a los dirigentes religiosos, los que a su vez se lo habían dado al diablo: “Jesús entonces les dijo: si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira. Y a mí, porque digo la verdad, no me creéis” (Juan 8:42-45). Esta ha sido la historia recurrente.

En la edad media se dieron varios de los eventos más ridículos de los que ahora tenemos registro. Cuando Galileo Galilei descubrió que la tierra era redonda y giraba sobre su propio eje los líderes religiosos se opusieron al postulado (y al portavoz también) por pensar que atentaba contra la teología, de la cual por supuesto ellos creían que eran defensores. Cuando Copérnico publicó sus hallazgos, entre los cuales estaba incluida “la idea” de que el sol era el centro de un sistema planetario, del cual la tierra formaba parte (y que era, por cierto, uno de los planetas más pequeños), de nuevo los líderes religiosos saltaron en contra de la idea “herética”. Entre los que repelieron el postulado (increíblemente) se encontraba Martín Lutero, obviamente influenciado por sus propios dogmas (católicos).

La teología regularmente se ha visto como algo separado de la razón. Es frecuente leer o escuchar a los religiosos decir frases como estas: “eso es un misterio” o “eso no tiene explicación, se entiende por fe”. Pero es precisamente la fe el motor de la búsqueda de las respuestas. ¡Dios siempre nos ha tratado con inteligencia a nosotros, y eso es precisamente lo que pretende que nosotros le regresemos: un trato inteligente, un culto racional! El creer en un Ser sumamente superior a nosotros, que vive en un nivel sumamente superior al nuestro, aquel a quien todos los misterios le están revelados (de hecho es el inventor de los misterios) siempre debería impulsarnos a relacionarnos con él, a ser recíprocos en el trato que él nos prodiga.

Hoy día, miles de millones de humanos (al igual que millones de millones en el pasado) no tienen el menor interés en relacionarse con un Ser tal, al que llamamos Dios. No, la mayoría de los humanos usan su inteligencia para conseguir un nivel de existencia superior en este mundo por sus propias herramientas, sus propios esfuerzos. Otros tantos millones han dejado de usarla, pretendiendo que Dios requiere más bien la ceguedad que la apertura de mente, la obediencia más bien que el entendimiento.

Llegará el momento en que los defensores de las doctrinas se atreverán a repetir la historia de una manera tan radical como en el pasado: “¡Crucifícale!” "¡Hereje!" "¡A la hoguera! Qué escenas tan increíbles se llevaron a cabo, sólo por la falta de entendimiento, que increíble será lo que viene.

Que seamos de los que se relacionan con Dios “en espíritu y en verdad”.

Juan Carlos