viernes, 21 de enero de 2011

Los dos hijos (2a Parte)

Los dos muchachos crecen y llegan a tener sus propias familias. Uno de ellos, el mayor, sienta cada jueves por la mañana a sus hijos en sus piernas y les relata las grandes historias de las hazañas de su padre: aquel a quien él admira. Después de las historias les da las leyes: "así que hoy es jueves hijos míos, arreglémonos para salir hacia la casa de la izquierda, desde anoche debieron quedar arregladas las tijeras, y la ropa de trabajo, ¿lo hicieron?" Y sus hijos responden a una voz: "¡sí papi, desde ayer arreglamos todo, y nuestra mami nos hizo desde ayer la comida para comer en el jardín de los vecinos de la izquierda!" Y salen, todos los jueves por la mañana, a arreglar el jardín de los de la casa de la izquierda, quienes por supuesto, están muy contentos de tener tan buenos vecinos, porque ya saben que cada jueves tendrán su jardín muy bien arreglado.

El hijo menor también tiene sus hijos. Todos los días, durante las labores normales del día, él y su esposa integran a sus hijos en las responsabilidades del hogar, y en sus actividades diarias a favor de los demás. Él y su esposa se dedican todos los días a hablar con la gente acerca de cosas que la gente no conoce y que necesita: una dimensión espiritual de las cosas. Los niños les acompañan, y aprovechan para explicarles la naturaleza y las cosas de la vida. Por la tarde, cada tarde, él habla a sus hijos acerca del carácter de su padre. Les habla de lo que él pensaba, de lo que él sentía, de lo que él era. Sus hijos claro, ven reflejado todo lo que el papá les dice del abuelito, en él mismo, tienen un ejemplo de lo que fue el abuelo en su padre mismo. Así, en la vida del padre de ellos entienden las virtudes que el abuelo tenía. Un día, se acuerda de aquel jueves y de la conversación posterior que tuvo con su padre. Y se las relata a sus hijos. Los hijos entienden todo lo que el padre les explica. Todos crecen y llegan a tener sus propias familias.

Cierto día, pasados los años, uno de los grandes amigos del abuelo está por morir. El abuelo ya murió hace tiempo. En sus últimos días, y acordándose de su gran amigo, quiere hacer una reunión para honrar la memoria del abuelo, y manda una invitación para todos aquellos que tienen el apellido del abuelo, su gran amigo. Vienen a la convocatoria los dos hijos y sus hijos, y los hijos de sus hijos. En las dos familias hay una nítida diferencia. El amigo del abuelo se da cuenta, pero recuerda las grandes conversaciones en el café con el abuelo, donde los dos, grandes visionarios, hablaban de lo que les gustaría que fuese la nación, la humanidad entera. Habían conversado mucho acerca de las virtudes de los hombres y las mujeres, y se habían imaginado lo que serían sus familias, sus hijos, sus nietos. El amigo del abuelo había fracasado en conseguir que su familia llegara a ser lo que él y el abuelo (su gran amigo) se habían propuesto. Ahora tenía frente a él a la estirpe de su amigo. Podía ver en algunos de ellos el pensamiento y el carácter de su gran amigo, pero en algunos otros no: ellos no se parecían a lo que él recordaba de su amigo. Así que en ese momento toma una decisión: correr de su festejo, donde se honraría la memoria de su gran amigo, a algunos de los presentes.

Todos en la fiesta se sienten consternados, y piden una explicación. El anfitrión (el amigo del abuelo) se para frente a todos y da la explicación: "Yo les invité a venir a esta celebración para honrar la memoria de la única persona que puedo considerar de verdadero valor para mi vida. Él es antepasado de todos ustedes. En cierto sentido puedo decir que todos ustedes de él proceden, en el sentido carnal, pero no en el sentido moral. Yo le conocí bien, sé cómo pensaba, sé cómo sentía, sé quién fue él. Le recuerdo tan claramente que podría narrarles su historia punto por punto. Yo sé muchas cosas aun que todos ustedes juntos no sabrían, pues yo las compartí con él. Le conocí desde muchachos, fuimos juntos a la escuela, jugamos juntos en tantísimas ocasiones. Podría reconocerle, en caso de que estuviera vivo, desde kilómetros de distancia, por su caminar, por los sonidos que salían de sus labios, aun por el olor mismo del detergente con que su esposa lavaba su ropa. Fuimos como hermanos."

Alguien en la fiesta se para y dice: "y eso que tiene que ver con nosotros, todos llevamos su apellido". El amigo del abuelo responde: "eso tiene que ver con ustedes, porque en ustedes puedo reconocerle a él. Hay entre ustedes verdaderos familiares, que piensan como él, que hablan como él, que caminan como él. Pero entre ustedes también hay quienes no se parecen en nada a él. Tengo información de que hay muchos de los que están aquí que no son familiares suyos, que se metieron a la cena sólo por cenar. Así que la metodología para identificarles es lo que yo recuerdo de mi amigo." En la identificación final, el grupo familiar del hijo mayor tiene un último argumento para decir: "Pero señor amigo de nuestro abuelo, déjenos decirle que nosotros hacemos siempre lo que recordamos del abuelo. Todos los miércoles por la noche arreglamos nuestras tijeras y nuestras madres nos preparan los alimentos del siguiente día: el día de la limpieza del jardín de la casa de la izquierda. Para nosotros siempre fue un gozo el arreglar el jardín de la casa de la izquierda, aunque es verdad que para los últimos tiempos ya no invertíamos todo el jueves, pues el pasto no crece tanto cada semana, pero siempre asistimos y nos regocijábamos en ver cómo se cortaba el pasto, en los cantos de nuestras hermanas cantantes, en los dotes de oratoria de nuestros buenos jóvenes, en la gran sabiduría que derrochaban nuestros hombres en el uso de las tijeras. Tenemos suficiente información como para estar seguros de que el abuelo eso practicaba los jueves, así que las obras que él hizo nosotros también lo hicimos. Somos parientes fieles del abuelo".

Con un rostro un tanto triste, el amigo del abuelo les mira y les dice: "lo siento, de verdad lo siento. Efectivamente hicieron lo que el abuelo hizo un día, un día jueves, pero nunca le conocieron. Yo tampoco los conozco a ustedes, no puedo reconocer al abuelo en ustedes. Apartaos de aquí por favor."


Dios les cuide.

Juan Carlos

miércoles, 12 de enero de 2011

Los dos hijos

El reino de los cielos es semejante a un padre de familia que tiene dos hijos. Los dos hijos admiran a su padre y quieren ser como él. Así que cierto día, uno de los dos hijos piensa para sí: "mi hermano y yo queremos ser como mi padre, pero yo quiero ser un mejor imitador de mi padre que mi hermano, así, él me querrá más porque me pareceré más a él". Y decide imitar lo que el padre hace. Se levanta y comienza a observar al papá. El día es jueves y mira que su padre sale de la casa con unas tijeras para podar (para cortar ramas y arbustos). Sale de la casa y voltea a ver hacia las dos casas vecinas, y se encamina hacia la casa de la izquierda. Mira todo el jardín y comienza a trabajar en él. El jardín era un desastre, así que le lleva casi todo el día repararlo. Al final, ya casi de noche, termina y se para frente a la casa y su hijo nota en su rostro una gran sonrisa de satisfacción. Entonces el hijo piensa: "wow, lo que mi padre acaba de hacer debe ser algo sumamente bueno, pues él está con una gran sonrisa. Si él me ve imitarle, hacer lo que él hizo, seguramente me mirará a mí con esa misma sonrisa de alegría y satisfacción".

Llega el siguiente jueves y el muchacho se levanta muy de mañana. Va hacia la bodega de herramientas y escoge la misma tijera que su padre usó. Sin voltear a ver las casas, se encamina hacia la misma casa vecina, la de la izquierda, y se para frente a ella. Ha pasado una semana desde que su padre la podó y la arregló, así que el trabajo no es tan difícil como el que pasó su padre, pero él piensa: "bueno, todo es proporcional, como él es adulto, le tocó más trabajo, a mí, que soy pequeño, me toca menos". Y comienza a "trabajar". Corta una ramita de por aquí, otra de por allá. Corta un poco de pasto, y levanta unas cuantas hojas que los árboles han tirado. Para el medio día ya terminó. Se para frente a la casa y piensa: "ahora mi padre me mirará con un rostro de agrado, porque hice lo mismo que él hizo". Así que termina su labor y se regresa a su casa, satisfecho por lo que ha hecho.

El otro hijo por su parte, el jueves anterior también observó lo que hizo su padre. Él hijo, que es el menor de los dos, se quedó pensando en lo que su padre hacía. Meditaba en los gestos, en las labores y los esfuerzos. Escuchó las canciones que su padre cantaba mientras trabajaba ese día. Pasados unos días, el muchacho se acerca a su padre, y le dice: "padre, ¿tienes tiempo para conversar con tu hijo más pequeño?" El padre, le voltea a mirar y le pregunta a su vez: "¿es importante lo que tienes que decir?" El hijo, con reverencia, le dice: "la importancia de mis palabras las tendrás que juzgar tú, pero eso sucederá después de que las escuches, pues si no las oyes ¿cómo podrás saber si son o no importantes?" El padre suelta una gran risa y le dice: "ese es mi muchacho, siempre tan inteligente. Tengo tiempo para hablar contigo, habla."

El muchacho comienza: "padre, el jueves pasado te vi lo que hiciste en la casa de los Hernández. Y me preguntaba la razón por la cual lo hiciste. Me refiero a lo que hiciste en su jardín, y al tiempo que le dedicaste. ¿Podrías explicármelo?". El padre, sonríe un poco y le dice: "tú eres muy joven para entender muchas cosas de la vida de los adultos. Pero la pregunta y las reflexiones que me expones requieren de una respuesta adulta. Pon mucha atención. Quizá hayas notado que hace más de un mes que el señor Hernández no viene a su casa. A sus hijos les dijo que iba a trabajar unos días fuera de la ciudad, y eso es lo que se dijo en el barrio. Hace dos semanas, seguro de esto sí te habrás dado cuenta, tú no juegas con tus vecinitos, pues su mami, la sra. Hernández, les llevó a casa de su abuelita. Tu mamá me dijo, que la sra. Hernández tenía ya casi 3 semanas con unos dolores en su vientre, y el martes supimos que había ido al hospital a revisar la causa de sus dolores. Ella no regresó a la casa durante el miércoles.

Ese mismo día, el miércoles, yo llegué a mi trabajo y me dijeron que el siguiente día, el jueves, la tienda en que laboro permanecería cerrada por diversas causas, que no fuera a trabajar. Así que el jueves por la mañana tuve tiempo de ponerme a pensar un poco. En realidad, el sr. Hernández no se fue a trabajar, sino que dejó a su familia, los sres Hernández se están divorciando. Esa es la causa de los dolores de la sra. y por la cual tuvo que llevar a sus hijos con su madre. Si ella no regresó del hospital es porque la mantuvieron internada, para poder tratarla. También pensé que lo más seguro era que la casa la tengan que vender, y bueno, si la necesitarían vender o no, la sra. Hernández no tendría ni tiempo ni ánimos para arreglar el jardín. Por eso, ese día, el jueves pasado, decidí hacer algo para contribuir a mejorar la situación de la familia Hernández."

El muchacho tiene los ojos un tanto abiertos, por causa de las cosas que el papá le está diciendo. Nota la pausa del papá en la conversación y aprovecha para decirle algo más: "apá, pero los de la casa de la derecha sí son tus amigos, los García, ¿Por qué nunca les has arreglado el jardín a ellos? ¿Por qué la casa de los Hernández, si ellos no han sido amigos de ustedes?" El padre, ahora serio, le dice: "M'ijo, los García son nuestros amigos, siempre han venido a los cumpleaños, a los festejos, a veces vinieron a cenar o a comer, eso es verdad. Pero ellos no tienen necesidad de que yo les arregle el jardín. El sr. García gana más dinero que yo, y él tiene un carrito podador. Él le paga a un jardinero para que lo mantengan siempre arreglado. Lo que yo hice ese jueves no tiene que ver con el jardín mismo, sino con la familia que está en necesidad". El muchacho le dice: "ya estoy entendiendo. El día no tiene importancia en sí mismo, sino que pudo hacer sido cualquier otro día. Elegiste el jueves sólo porque era tu día libre. No tiene importancia el hecho de que la casa de los Hernández haya sido la de la izquierda, pudo haber sido la de la derecha, o la del frente, o aun de otro barrio. No tiene importancia el hecho de que hayas arreglado el jardín, pudo haber sido la cocina, o el techo. Y el tiempo que empleaste no tiene importancia tampoco, sino que hayas terminado de hacer la labor que te propusiste". El padre vuelve a sonreír y le dice: "agradezco a Dios que te haya dado inteligencia hijo mío. En todo lo que has razonado has acertado. Lo que realmente importa es lo que uno es adentro, no las labores que realiza".

Continuará.

Juan Carlos