jueves, 18 de noviembre de 2010

La libertad

En días de holgura, abundancia y gozo, son pocas las posibilidades que se tienen para reflexionar, analizar, replantear. Los días de escacez, de dificultades, de incertidumbre, regularmente son propicios para estas actividades.

Pensando en la libertad, estuve pensando en este versículo: "Estad pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de la esclavitud" (Gál. 5:1). El sentido natural de esas palabras son las que revela el mismo contexto del pasaje. Pablo le está diciendo a los cristianos que no regresen al judaísmo. Sin embargo, pienso que en esas frases hay un sentido más universal, más amplio que el solo discurso del apóstol.

En realidad esa libertad que el Señor Jesús ofreció, y que hoy ofrece, es en realidad otra esclavitud: "haya pues en vosotros esa misma actitud que hubo en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como algo a lo cual aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo (esclavo), hecho semejante a los hombres; y estando en su condición de hombre, se humilló a sí mismo, se hizo obediente (esclavo) hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil. 2:5-8). Es el uso de la libertad lo que nos vuelve a esclavizar. La diferencia radica en los motivos, en la actitud.

El Judaísmo estaba basado en una serie de reglas y ordenanzas "a seguir". Si ellas se quebraban, entonces implicaba la muerte. Cuando eso sucedía, entraba en juego la actitud, el pensamiento profundo de la misma ideología. Éste era: "aunque yo merezco morir, prefiero que otro sea el que muera". Con esa actitud, una actitud eternamente esclavizante, una cárcel para la mente, se sacrifiaban los corderos, los machos cabríos, las palomas, etc. Por otro lado, con la actitud mostrada por el Señor Jesús, el escenario cambió radicalmente, en la dirección contraria. El lema de la "nueva actitud" es: "aunque yo merezco la vida, prefiero morir para que otros vivan".

Semejante actitud había sido demostrada por muy pocos antes que el Señor: Adán, Abel, Enoc, Noé, Abraham (cuando fue a rescatar a Lot), Isaac, José, Moisés, Josué, Sansón, Rahab, David, Jonathán, y algunos otros. Todos ellos, según escribió el apóstol Pablo en el libro de hebreos, entendieron de qué se trata la fe: esa fe que una vez el Señor Jesús le dio a los santos.

Hoy día, todos nosotros estamos invitados a gozar de la libertad con que Cristo nos hizo libres. Esa libertad es "la esclavitud de la vida", ya no es la "esclavitud de muerte". Es la libertad total, la que nos vuelve a esclavizar. Es el saber lo que Dios hizo por nosotros, y compartir su actitud. Es saber lo que Dios espera que sea el futuro y compartir su perspectiva, su visión. Esa tener la mente de Cristo y entender lo que se proponía lograr; estar de acuerdo con ello y en efecto hacer lo que nos toca. Es ver a Dios poniendo ladrillo tras ladrillo en el muro de la santa ciudad, tomarle de la mano, y decirle: "ya deja de trabajar tanto, hoy, yo pondré el ladrillo". Es verle sonreir, es sentir cómo te mece los cabellos, como pensando: "qué poco sabes de la vida, pero me complazco en tu actitud".

Un día todo acabará. Pronto. En ese día, los que hayan conocido a Dios, verán el muro terminado. Mirarán la ciudad resplandeciente y sonreirán satisfechos. Algunos pensarán: "¡yo puse ese ladrillo!". Pero no, en ese momento verán al Gran Albañil, con las manos llenos de cemento, y una plomada en la mano. Todos sabrán que siempre fue él quien estaba dentro de ellos, motivándoles desde sus interiores, a seguir sus pisadas.

Dios les cuide.

Juan Carlos

1 comentario:

Anónimo dijo...

Creo que una diferencia importante entre las dos esclavitudes es la felicidad que la acompaña. Una es pasajera y fugaz. La otra es eterna.

Ahora me gusta mas leer tu blog. Hay menos de ti mas de Él.