lunes, 5 de julio de 2010

La pregunta universal

El día de ayer escribí una carta personal a una persona que conocí hace varios años. Mientras le escribía le pedí a Dios que me concediera el escribir algo de beneficio para esa persona. Cuando terminé de escribir me di cuenta que debía compartir esto no sólo con él, sino con muchos otros. Por ello es que lo transcribí en mi computadora (la carta que escribí fue a mano), para ponerlo aquí en el blog.

No estoy transcribiendo la introducción, por ser puramente personal, pero escribiré el cuerpo mismo de la carta. A continuación el escrito:

Ahora, mientras le escribo, viene a mi mente la pregunta universal: ¿Cuál es el propósito de esta vida, de la existencia? Seguramente usted se hizo esta pregunta alguna vez, o aun en este momento no tiene respuesta satisfactoria todavía. Permítame colaborar un poco.

“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien has enviado” (Juan 17:3). Las anteriores son palabras que habló Uno que supo, desde su tierna edad, cuál era el propósito de su vida, de la vida de todos los humanos: el Señor Jesús.

En este par de frases, sencillas y categóricas, se encierra el objetivo por el cual el ser humano viene a la existencia: conocer a Dios. Saber quién es él. Saber cómo es él. Cuando alguien sabe quién es Dios, y sabe cómo es, en ese momento se le considera como viviendo una vida eterna, sin final.

Sin embargo, el Señor Jesús también dijo: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:18). Entonces, como nadie ha visto a Dios, y de hecho nadie puede hacerlo, porque él habita en luz inaccesible para las criaturas (1ª Timoteo 6:13-16), tuvo que volverse carne, para venir a mostrarse, para que los humanos le pudieran conocer.

Que Dios se haya vuelto un humano para venir a manifestarse es una verdad sumamente amplia. Es el postulado más impresionante que haya existido en toda la historia, es en muchos sentidos, el gran misterio encerrado por los siglos: “Indiscutiblemente grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria” (1ª Timoteo 3:16).

Para venir a manifestarse en cuerpo humano, Dios tuvo que despojarse de sus cualidades divinas, esas cualidades que comparten los 3 seres divinos, a los cuales llamamos: “Padre, Hijo y Espíritu Santo”. Ellos tres son Dios, ellos tres han existido siempre y siempre existirán. Pero uno de ellos decidió volverse como uno de nosotros, dejar de tener lo que ellos tienen, para ilustrarnos, para manifestarnos cómo es él, y cómo conocerle: “Haya en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres, y en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:5-9).

Cuando un humano entiende lo suficiente esta verdad, su vida es transformada totalmente, pues deja de darle importancia a las cosas de este mundo, y se concentra únicamente en las cosas celestiales, en las eternas. Es en este momento donde se convierte en un “loco” a la vista de los demás, porque ya no piensa, ya no habla, ya no actúa como los demás en el mundo lo hacen, se convierte en alguien espiritual.

El Señor Jesús enseñó (sabiendo de lo que hablaba) que para acceder a esta clase de conocimiento, y de vida, el ser humano debe despojarse de todo lo material, y enfocarse en el conocimiento que Dios le ha dado. Lea las siguientes palabras: “así pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Luc. 14:33). Estas son palabras verdaderas. Adán, por ejemplo, cuando Eva no quiso seguir con Dios, no quiso él renunciar a ella. Eso no le gustó a Dios. El Señor Jesús sabía eso.

Piénselo de esta forma: “El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo. También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró” (Mateo 13:44-46). Los apóstoles creyeron en estas palabras: “Pedro le dijo: he aquí nosotros hemos dejado todo, y te hemos seguido, ¿qué, pues, tendremos?

Y Jesús le dijo: de cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna” (Mateo 19:27-30).

Este es una especie de negocio (es de hecho un pacto). Es como si Dios se acercara a usted y le dijera: “dame lo que te queda de vida, con todo lo que tienes, y te doy una vida eterna.” Yo le pregunto ¿no es un buen trato? Sin duda lo es. Esto que le escribo no lo entendía antes, pero lo entiendo ahora. De hecho se lo escribo porque creo que usted necesita saberlo.

Cada ocasión que Dios da más conocimiento acerca de él, lo que pretende es transformarnos más a su semejanza, que nuestro carácter sea transformado. Él se hizo carne para que nosotros pudiéramos conocerle, y así acceder al conocimiento que nos lleva a la vida eterna. Este fue su segundo propósito en su vida terrenal: compartir el conocimiento que él tenía: “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer” (Juan 15:15).

Dar a conocer lo que uno sabe de Dios es la evidencia de que valoramos lo que Dios nos ha dado. Es la evidencia de que creemos que es una “perla de gran precio”. Es también la evidencia de que nos estamos pareciendo a él.

El Señor Jesús dejó sus cualidades divinas voluntariamente para venir a dar el conocimiento de Dios. Así los que creen en él renuncian a todo lo que tienen para llevar el conocimiento de él a los que no lo tienen. Esto es parecernos a él, esto es caminar por donde él caminó. Esto es lo que la Biblia enseña.

Este pacto del cual le estoy escribiendo es para todos los que quieran, independientemente de su edad, género, raza o cualquier cosa. Todos los que quieran pueden hacerlo, pueden inscribirse. Pero no todos quieren aceptar esta luz: “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Juan 3:19-20). La mayoría de las personas en el mundo prefieren quedarse con las cosas y las vidas que tienen, en vez de entregarlas a Dios. Esto sucede porque no quieren una vida santa, sino una vida de pecado, de egoísmo.

El ser egoísta es justamente lo contrario a lo que es Dios. Es precisamente no parecerse a él. Al no dejar la vida, tal como la viven los que no conocen a Dios, no podemos comenzar la otra. En el cristianismo actual, se cree que se pueden tener las dos vidas, pero esto es imposible: “nadie puede servir a dos señores” dijo el Señor Jesús. Nadie puede ser abnegado y egoísta a la vez. Nadie puede ser como Jesús y como Satanás.

Si alguien se entrega por completo a estos dos propósitos de la vida del Señor Jesús, entonces puede llegar a ser como él: “el discípulo no es superior a su maestro; mas todo el que fuere perfeccionado, será como su maestro” (Lucas 6:40). Nadie puede ser mejor que lo que él fue, pero se puede llegar a ser como él.

Lo que le estoy escribiendo parecerá una locura a todos los que no creen en el Señor Jesús. La mayoría de las personas dicen creer en él, pero en realidad no lo hacen. Algunos dirán que esto es una herejía, que son palabras del diablo. No es de extrañar que esto suceda: “bástele al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al padre de familia (el Señor Jesús) llamaron Beelzebú, ¿cuánto más a los de su casa (los que creen en él)? (Mateo 10:25).

El Señor Jesús no sólo se despojó a sí mismo de sus cualidades divinas para venir a darnos a conocer a Dios. Sino que se hizo obediente hasta la muerte. Se espera lo mismo de nosotros, los que creemos en él. Aquellos que decían creer en Dios fueron los que mataron a Dios, cuando vino a este mundo. Pero antes de matarlo le persiguieron, en muchas ocasiones le rechazaron. Esto mismo le ocurre a todos los que son como él realmente. Los que realmente le conocen.

Todos los apóstoles fueron maltratados y finalmente martirizados. Todos, menos Juan, fueron muertos por causa de vivir como el Señor Jesús. Pero todos estuvieron de acuerdo en eso, pues ellos tenían el mismo sentir que el Señor Jesús. Todos murieron satisfechos, contentos. Uno de ellos fue Jacobo, el hermano de Juan. Él fue muerto por Herodes, dice la Biblia que fue a espada (Hechos 12:1-2). Jacobo no pudo servir por muchos años a su Señor. Fueron pocos días los que pudo dedicarse al servicio de Dios y de los hombres. Le mataron pronto. Pero eso no importa. Lo que importa es que estaba haciendo lo mismo que hizo su Señor.

No importa el tiempo en que nos llegó la invitación, si faltaba mucho o poco para nuestra muerte, lo que importa es ser como el Señor Jesús, en carácter y obra, en pensamiento y en acción, en el interior y en el exterior. Este es el propósito de esta vida. De esto depende la vida eterna.
Le he escrito todo esto, porque tengo una deuda grande con usted al no haberle escrito todos estos años. Tres años y medio en que no le compartí las buenas nuevas que nos vino a enseñar, desde el cielo, el Señor Jesús. Pero ahora que las conozco, y que las vivo verdaderamente, se las comparto.

Le he pedido a Dios en oración a mi Padre que me otorgue la oportunidad de guiar esta pluma y mis pensamientos con el objetivo de transmitirle adecuadamente la información. Le he pedido igualmente que usted la logre comprender.

Si usted decide tomar la invitación de pertenecer a la familia celestial, le adelanto que es sólo el comienzo de una vida llena de nuevos descubrimientos, de grandes profundidades, de inconmensurables alturas, de las más grandes esperanzas. Desde esta vida, lo que dure, usted comenzará a descubrir “cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni siquiera se han imaginado los hombres” (1ª Corintios 2:9), y esto seguirá por la eternidad.

Dios quiere probarle, a todos en el universo, que él es amor. Él lo puede lograr a partir de las vidas de las personas transformadas. Usted puede ayudarle en ese objetivo.

Reciba de nueva cuenta mi petición de disculpa (por no haberle escrito antes), y mi sincero aprecio.

Hasta aquí la carta.

Que Dios les cuide.

Juan Carlos

1 comentario:

sandy de ramon dijo...

JUAN CARLOS:
PROBABLEMENTE OTRA PERSONA NO ME ENTIENDA PERO SE QUE TU SI, Y QUIENES HAN EXPERIMENTADO LA PRESENCIA DE DIOS.
CUANDO TE PONES EN CONTACTO CONMIGO DE MANERA DIRECTA O INDIRECTA COMO AHORA PORQUE NO ESCRIBISTE PARA MI, DIOS SIEMPRE TE UTILIZA PARA DECIRME ALGO QUE ME HACE FALTA.
GRACIAS POR TAN PROFUNDAS REFLEXIONES, COMO QUISIERA PODER REGRESAR EL TIEMPO Y NO COMETAR LAS EQUIVOCACIONES QUE HE COMETIDO, COMO QUISIERA PODER TENER LA CAPACIDAD DE DECIR NO HAY NADA QUE ME ATE TOMA MI VIDA Y USALA A TU ANTOJO. GRACIAS DIOS POR TU CONSUELO. GRACIAS JUAN CARLOS